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¿Por qué debemos arrollar a los ciclistas?

  • Martín Iraizos
  • 9 feb 2018
  • 3 Min. de lectura

“Para toda exposición poética de contenido serio, un hombre que roba sería un tema altamente reprobable. Pero si este hombre se convierte además en asesino, aunque moralmente será mucho más abyecto, estéticamente se habrá hecho con ello un grado más aprovechable” Una perversión por ponerlo de algún modo, un fragmento de la filosofía en Schiller trata de lidiar entre lo moral y lo estético, la libertad, el impulso, y la necesidad, en breve exposición, el impulso resultaría propio de lo que es el hombre la realización placentera mientras que en la libertad encontramos autodeterminación teñida con el matiz de la racionalidad, los impulsos implicarían el actuar como mero dispositivo de placer, el ser hombre, ser libre es la rienda a ese desenfreno. Pero existe un momento donde la satisfacción de las necesidades resulta un ejercicio de la libertad; arremetemos sobre el alma bella, una educación estética del hombre.

“No esperemos de la educación cultural y estética una transformación radical del mundo y menos aún una regeneración de las personas”.


Aquí tendríamos de menos dos desembocaduras que me gustaría verter: la revisión disoluta de todo carácter moral en el océano estético, y la perversión que esto conllevaría. Los frutos de Sade en materia de conceptos nos da el isolismo, una visión fatídica del mundo. El límite de la corporeidad permite un abismo entre el resto de las cosas. Quedamos desgarrados entre nuestra ceguera, e incomunicación, puesto que “¿cuándo he sentido un dolor ajeno sin hacerlo mío?”, es desde luego una variación del solipsismo donde un paseo en soledad es lo que depara el destino.


La verdad del ser es la expansión de esta aislación, Tous les hommes tendent au despotisme; c’est le premier désir que nous inspire la nature, un apéndice más citando a Gasset; “el auténtico amor no es sino el intento [inocente quizá] de canjear dos soledades”. Esto haría que cualquier comportamiento con otro sea ignorado, hemos saltado la contienda de lo que es bueno o malo.


Tenemos permiso de ser crueles. Afirmo lo justo no es otra cosa que lo que conviene al más fuerte, y el más fuerte será quien no quede doblegado bajo el sufrir isolado. La salida sería disfrutar de esa penuria, cualquier intento de subversión probablemente no deshaga esa pugna, da cierta sensación que Sade no solo supone isolismos sino también mediación entre ellos. Sin embargo, podemos conservar un estadio de donde todo es placentero. Dado ello, resolvemos el que existan dominados y dominantes o cuales binomios se quiera.


¿Alguien debe sufrir según esto? No, no es necesario, es cuestión de estilos el saber si por regla, cada sufrimiento es el placer de alguien, o sino hay placer en este sufrir, y todas la variaciones concebibles. La idea general siguiendo a Schiller es, ¿dado que lo estético [tomado en el sentido de pura apariencia] no penetra en lo “real”, deberíamos descartarlo?


La respuesta es una negativa, es justo en el carácter de apariencia lo permisible a la experimentación a la vaga experimentación de lo soñable.


Planteémoslo de este modo, para una historia es un argumento más contundente un genocidio que algún ladrón de supermercados. Con ello no es la aceptación intensiva de la existencia de actos más deplorables que otros, sino el sondeo de la consideración de actos deplorables. Si se estima azotar a un animal es peor tanto que azotar a un menor de edad nos señalaría el lugar de la balanza, ahí es donde la gente girará la vista cuando se haga alguna exigencia de justicia, igualdad o el bemol de la época.


¿La exposición de atrocidades es una forma pedagógica de insensibilidad?


¿Lanzar un hombre a las vías, arrollar un ciclista se han alejado de la “realidad” al considerarlos meras piezas del museo global?


Con un nivel de descaro diré que la gente se pregunta por la existencia del mal en este mundo y se toma por insincero a quien interrogue por el bien, ya que la pregunta de “origen” de las cosas a veces tiende a mostrarse en un ¿cómo cambiar las cosas?, encarando esta premisa cuestionar el bien sería sinónimo de disolverlo, buscamos nuevas formas del “mal”, para su reproducción en imágenes.


Un último pliegue por asomo nos queda ser espectadores del fin del mundo o bien si creemos en la acción política ¿no tendría por motor la sensibilidad humana, objetos no morales sino más próximos a los artísticos?




<Gedanken über den Gebrauch des Gemeinen>, en SCHILLER, über Kunst und Wirklichkeit. <Lipovetsky G. La estetización del mundo> <Onfray Michel. Contre-histoire de la philosophie: Les ultras des Lumières p.p 290>

 
 
 

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