top of page

“NACÍ EN EL MEJOR LUGAR PARA MORIRME. EPISODIO 1”

Nací en la segunda mitad de los noventa, demasiado avanzado en el terreno de los millennial pero muy temprano para el nuevo milenio. Mi niñez no fue como la de muchos, pero para qué abundar si basta con decir que fue bastante sobreprotegida. Nótese el peso que tienen estas dos últimas palabras juntas… como si la exageración de cuidados predijera el destino al que estaría expuesto.

Como mexicano me acostumbraron a una cultura de “lo que Dios diga”: que Dios te acompañe, que así Dios lo quiera, primero Dios, porque así Dios lo quiso y todas las variantes que a la Virgen y a los Santos corresponden. Al principio en verdad llegué a creer que algo desde arriba determinaba nuestra suerte y que debíamos aceptar nuestras condiciones porque “así nos tocó vivir”. Esa cultura, ligada a la sobreprotección, me crearon una burbuja que me elevó muy alto, tanto sólo para dejarme caer de sopetón cuando abrí los ojos ante lo que el mundo me deparaba: nací en el mejor lugar para morir.


No es que sea pesimista, es que de eso me fui dando cuenta. Primero porque por más de 15 años fui, inevitablemente, un niño, y aunque no era consciente del todo de esta situación, hoy sé que pude morir en cualquier momento, ya que en México la tasa de mortalidad infantil es de casi 13 muertes por cada mil nacimientos, aunque por ser hombre el riesgo sube a 14 entre diversas causas como enfermedades, accidentes caseros y hasta algunos provocados que aumentan mientras peor situación económica se tenga. Mis dos padres trabajaban toda la mañana y la tarde y el cuidado de mis hermanas podía ser insuficiente ante los muchos peligros que hay día a día y porque, básicamente, ellas también eran apenas unas niñas.

Más tarde también comprendí que mi vida estaba en riesgo mientras crecía, sobre todo por vivir en el Estado de México, un lugar en el que el robo de infantes estaba y está a la orden del día. Era un riesgo latente a pesar de que las vecinas dijeran que sólo se robaban a los niños bonitos; en realidad a cualquiera por el que puedan pagar algo o tenga órganos, entonces ya no estaba fuera de peligro. En México, según Sin Embargo, hay más de 45 mil niños desaparecidos y 3 mil averiguaciones en curso.


Pero no sólo el robo, también están los secuestros, la explotación sexual, los variados usos dentro del crimen organizado, las violaciones de extraños y conocidos y una lista de varios etcéteras que (gracias a Dios), nunca me pasaron. El tráfico de niños y de personas es el tercer negocio más lucrativo a nivel mundial después del tráfico de armas y de drogas, cuyo mercado representa cerca de los 32 millones de dólares anuales. El mismo portal rescata una cita: “Los recién nacidos son para el satanismo; para adopciones por parejas que no pueden tener hijos, son de cero a tres, cuatro y hasta cinco años (…) en cuanto al perfil de los niños robados que son ideales para el tráfico de órganos, las edades oscilan entre los siete y 10 años de edad”.


Pero pasar de los 10 años no era un estado fuera de peligro, pues también acecha el bullying, ese monstruo que toma mil formas y que me torturó durante tantos años. Que si estás muy gordo, que si estás muy flaco; que pinche cerebrito, que pinche idiota que no capta ni una; que pinche afeminado, que porque te juntas con puras viejas, que porque no te gusta el futbol, que porque prefieres estar leyendo; porque no hablas con nadie, porque te quieres hacer el popular; porque tienes un trasero muy grande, porque intentas hacer ejercicio; porque te gusta música en otro idioma y no las rolas que hablan de “chingarse” a un montón de viejas; porque estás descubriendo tu sexualidad… porque eres diferente a lo que nosotros queremos.


Para muchos era gracioso, un ir y venir de bromas que hacían sentir poderosos a unos, pero muy miserables a los otros. Las bromas no tienen sentido, menos cuando ves que el 60% de los suicidios en niños en México se debe a este problema, según datos presentados por La Jornada. Pero el problema no termina ahí, porque los que no se mueren, los que provocan estas muertes desde niños “delinquen una vez que crecen porque se acostumbran a vivir en la impunidad de sus acciones a tal grado que pasan a ser depredadores sociales y no les cuesta nada pasar a la delincuencia organizada y seguir atemorizando”.


Al pasar el tiempo, ser mayor de edad prometía un sinfín de beneficios. Esa promesa se convirtió en utopía, una que se rompió al enfrentarse con una pesadilla real. Primero los asaltos, una práctica tan común en México que ante cada caso siempre te dicen “al menos estás vivo, lo material va y viene”: sí, viene de unas manos que se lo han ganado con sudor, sacrificio y esfuerzo y va a otras manchadas de corrupción, oportunismo y sangre de inocentes, tan sólo para acabar malbaratadas en algún tianguis o intercambiadas por alguna mona, unas líneas o un churrito de mota.


Me tocaron dos de estos, me salvé de un par más, pero en México, según datos de la OCDE, 1 de cada 8 personas afirman haber sufrido un asalto y, en 2012, 24 mil 538 desafortunados no sobrevivieron para contarlo. Y ni siquiera el pasar la mayor parte de mi tiempo en el antes llamado Distrito Federal, ahora CDMX (otro nombre pero los mismos peligros), me eximía de los peligros del Estado de México, pues en ambas los números hablan: si hablamos de delitos a mano armada y con lujo de violencia, se cuentan 58,432 robos en el Estado de México y 31,555 en el DF, o sea, si no me tocaba en uno, me tocaba en otro.

Al comenzar el estudio de mi licenciatura, los riesgos sólo aumentaron. Elegir Ciencias de la Comunicación parecía ser una sentencia porque inmediatamente la relacionan con hacer periodismo, que en este irónicamente bello país equivale a amenazas y muerte. Al final le hui a esa opción terminal porque el peso de 30 periodistas muertos en lo que lleva de sexenio Peña Nieto (según la CNDH), 123 desde el 2000 hasta el 2017, y el caso 124 de Max Rodríguez, pudieron más que mi pasión por hacer oír mi voz a través de las letras. Al menos esas son las cifras oficiales, pues muchos cientos de comentarios más son desactivados de los medios a través del plomo en un cuerpo que sólo lucha por hacer saber la realidad.


Después descubrí que no era necesario ser periodista para que terminaran con mi vida, pues con ser estudiante podía obtener el mismo resultado. ¡¿Qué ofertón, no?! Resulta que el 26 de septiembre del 2014 un grupo de 43 estudiantes de una Normal Rural en Ayotzinapa Guerrero desapareció y ahora, después de más de 2 años, se sigue sin tener información completamente confiable sobre cuál fue su destino, sólo queda una verdad histórica que ha sido desmentida infinidad de veces y el sufrimiento de sus padres que continúan en la lucha por saber la verdad, mientras los rostros que no quitaban los ojos del tema se van desvaneciendo en un una cortina de humo llena de indiferencia, normalización y distracciones.


Esa es la verdad: un día podrías estar desaparecido, al otro ser blanco de un complejo sistema de búsqueda, al otro acusado de rebelde, al otro de terrorista, al otro de vago y delincuente, después ser declarado muerto, calcinado, luego olvidado y al final ignorado. A ese destino estamos orillados si se comete un crimen en nuestra contra, nada que ver si lo cometemos nosotros, porque ahí sí te harán famoso, te dejarán escapar y te volverán a atrapar cuando se necesite salvar la reputación de algún gobierno, te harán un icono y hasta series y películas en tu honor serán rodadas. De ahí que muchos jóvenes en México prefieran seguir el camino delictivo que el de la honradez: es mucho más atractivo y aceptado.


Y si ninguna de las opciones anteriores surtió efecto, aún tenía una larga lista de opciones si se tratara de buscar la muerte...


¿Te quedaste picado? NO TE PREOCUPES, ESTA HISTORIA CONTINUARÁ.

bottom of page