Perfeccionismo: una tendencia que destruye la salud mental de los Millennials
- Iván Guerrero
- 16 ene 2018
- 4 Min. de lectura

Una de las preguntas obligadas cuando pedimos empleo y, quizás, una de las más difíciles de responder es ¿Cuál es tu más grande debilidad? Recuerdo muy bien hace un par de años, cuando iba a las entrevistas, lo desagradable que era responder, tan solo imaginar, cuál sería la trampa oculta tras una pregunta tan íntima y tan terrible de atender.
Efectivamente, sabemos que es una pregunta tricky y la respuesta más obvia, en mi caso y en el de muchos millennials, sería “a veces paso más de dos horas sin parar de ver mi teléfono revisando mis redes sociales” o “paso mucho de mi tiempo libre editando mis fotos e imaginando el hashtag más trendy para mis posts”.
La respuesta que miente y que nos saca del apuro a la mayoría frente a nuestro futuro jefe o frente al experto en recursos humanos sería: “soy un perfeccionista”. Soy un poco obsesivo, nervioso, pero siempre pongo atención en los detalles, un poco workaholic y no dejaré la oficina hasta que el proyecto o tarea que se me encargue quede lo mejor posible.
Sin embargo, como millennial (definido como cualquier persona que hoy día tenga entre 18 y 35) es muy probable que el perfeccionismo sí sea realmente tu más grande debilidad.
Un estudio publicado por la Universidad de Oxford encontró que las personas de esta generación han experimentado “perfeccionismo multidimensional”, es decir, la presión constante de ser los mejores en muchas esferas de sus vidas, altos estándares y métricas con estándares altos. Dicho estudio dio seguimiento a un creciente número de casos de enfermedades mentales en jóvenes de 20 años, incluyendo desórdenes alimenticios, ansiedad y depresión. El perfeccionismo no es solamente una debilidad, nos está enfermando.
No nos costaría trabajo culpar a las redes sociales y los mass media por esto: el estudio encontró que este perfeccionismo se centra en la constante competencia con otra gente de nuestra generación “nuestros pares” en cuanto a edad se refiere; de acuerdo a lo observado, cada vez tendemos a juzgarnos y a juzgar a otros de manera más fuerte.

Cualquiera, como yo, que tenga una cuenta de Instagram puede identificarse con esto. Nos estamos acercando al final de una década en la que hemos posteado nuestra vida pública como si fuera una actuación en lugar de quedarse como un asunto íntimo. Todos conocemos el sentimiento de envidia que generan las celebraciones, logros, vacaciones y cuerpos de otros; que nuestra necesidad de aceptación, muchas veces, nos lleva a sentimientos de aislamiento y soledad.
En una entrevista reciente, Justin Rosenstein, el ingeniero que diseñó el botón “me gusta” o si prefiere el inglés “like”, ha dicho al diario británico The Guardian que un pulgar arriba trae consigo una falsa ilusión de placer, incluso ha mencionado que el uso de Snapchat se parece mucho al de la heroína en términos de adicción-satisfacción, dependiendo de qué tan impactante sea lo que publicamos.
Quizás sabemos que el uso que estamos haciendo de las redes sociales y nuestras interacciones en la vida real no sean lo mejor para nosotros pero ¿por qué somos los millenials tan susceptibles a ellas?
Creo que para muchos de nosotros empezó en la escuela. Cuando en 1998 empecé a estudiar la primaria ya los padres de mi generación eran amenazados por los “educadores” de la época con que nuestro mundo globalizado iba a exigir competir con gente de todo el mundo, educación de excelencia basada en competencias y dar lo mejor de nosotros para conseguirnos un puesto digno de trabajo en un mundo tan complejo y cambiante.
En gran parte es cierto que cada vez necesitamos ser más competentes debido a la alta oferta laboral. En la última década un gran número de personas pueden tener acceso a una educación universitaria y obtener el grado que deseen, el 50% de los jóvenes del mundo tienen acceso a escuelas de educación superior comparados con el 3.4% en 1950.
Esto, más allá de representar una desgracia, representa un gran número de oportunidades para gente que desea tener una mejor calidad de vida, reducir la brecha entre ricos y pobres y un acceso a un número enorme de posibilidades. Sin duda, la competencia se hace más grande mientras haya más “competidores”.

El número de exámenes y métricas de desempeño estudiantil han incrementado considerablemente, ahora todo mundo necesita ser un alumno de excelencia para alcanzar el tan preciado acceso a una buena universidad o para lograr alguna beca o un puesto de trabajo bien remunerado.
Soy parte de una generación en la que hemos sido condicionados por muestras métricas, siempre buscando las notas más altas, la forma de sobresalir del resto y, siempre, siendo comparados con los demás. Es así de sencillo, así crecimos. Cuando Facebook inició en una universidad de Estados Unidos estaba disponible únicamente para estudiantes (los estudiantes eran el target perfecto, los consumidores ideales, aquellos que necesitaban la validación de otros a través de un like).
Hemos crecido conflictuándonos con nuestras “deficiencias”, viendo siempre que alguien tiene un mejor cuerpo o unas mejores vacaciones; alguien que vive el romance ideal mientras nosotros miramos atentos al otro lado de la pantalla. Si no entramos dentro del estándar perfeccionista de nuestros días, no encajamos, no obtenemos pulgares arriba.
El perfeccionismo nos puede ayudar a alcanzar grandes metas y hacer cosas realmente beneficiosas para nuestra vida y los demás. Sin embargo, los perfeccionistas están sometidos siempre a estándares que no son humanos, no siempre podemos vernos perfectos para lograr una selfie increíble, no siempre podemos ser los mejores en todo, #ganandocomosiempre
Quizás nuestras redes sociales muestren lo mejor de nosotros, esa perfección que nos encanta mostrar a todos para salir y competir para ver quién tiene más aprobación de los demás. Si no tenemos metas humanamente posibles, si seguimos exigiéndonos lo imposible, jamás alcanzaremos un estado de bienestar y felicidad. Nuestra salud mental y nuestra propia voz se van perdiendo por buscar esa utopía en la que nos gustaría vivir.
Necesitamos proteger a las futuras generaciones del perfeccionismo y reconocer que no es ninguna ventaja buscarlo como si de algo bueno se tratara. Espero que en los próximos años las tendencias cambien y no haya más generaciones deprimidas, atadas a sus smartphones en busca del próximo like. La perfección es un mito, pero puede destruir nuestras vidas de una forma demasiado real.