Parecía ser una noche más. No fue así
- Rob Cruzzó
- 9 sept 2017
- 2 Min. de lectura

La calma de la media noche se ve rota por los altoparlantes que anuncian la alerta sísmica. Tomo a mi perra, unos tenis y un suéter. Bajo los tres pisos que me separan del suelo citadino, ese suelo que segundos después de mi arribo comenzó a moverse.
Casi nadie baja de los complejos en primera instancia; tal vez la hora, la desidia, la reserva o el profundo sueño de los vecinos hacen que su salida sea tardía.
Ya afuera, el suelo comienza su movimiento. No deja de moverse, aumenta la intensidad. Parece una eternidad el tiempo en que se agita debajo nuestro la tierra. Se oyen crujir los vidrios; se oyen gritos, las luces se extinguen en las farolas y la penumbra se hace presente. Los transformadores en las calles sacan chispas que aumentan la inseguridad. El cielo se ilumina misteriosamente; luces blancas que parecen rayos sentenciando a la Ciudad de México en una noche que parecía una noche más.
Bajan los vecinos como pueden, algunos comentan que las escaleras se movían, algunos más se sienten mareados. Crisis nerviosas. Al momento sobrevuelan sobre la ciudad helicópteros; el silencio producido por la falta de energía eléctrica ha sido interrumpido por sirenas de ambulancias, de patrullas, de camiones de bomberos.
Las torretas de todos los vehículos iluminan Avenida Cuauhtémoc. Los vecinos se resguardan en los carriles de Metrobús; los pocos vehículos que circulan lo hacen de manera inconsciente, a exceso de velocidad.
Algunos perros en la acera ladran, otros se escapan de sus dueños quienes corren por alcanzarlos; los adultos mayores comparan lo sucedido con el terremoto del ochenta y cinco, ese relato necesario para entender lo que somos y cómo reaccionamos ante este fenómeno natural.
Camino en lo ancho de la calle, intento observar algunos rostros; todos ellos son de miedo, de angustia, de incertidumbre. Los más pequeños siempre agarrados de la mano de sus padres, quienes les piden calmarse, sin que ellos lo estén por completo.
Nadie quiere volver a su casa, pero el frío de una ciudad golpeada por las lluvias de las últimas semanas obliga a quienes salieron en playera y bóxers a meterse de nuevo a sus viviendas.
Las multitudes que están en el arroyo vehicular comienzan a disiparse. Ahora las únicas luces que iluminan el camino se encuentran en el reverso de los celulares que han servido además para reportar a familiares y amigos que, por esta ocasión, nos hemos librado de un gran peligro.
Pasan las horas, algunos, como yo, no logramos conciliar el sueño. Estaremos alerta el resto de la semana, por si se presenta una nueva afectación, por si se requiere despertar a los demás para salir de nuestras casas.
Parecía ser una noche más, una noche donde mi perra dormiría a mis pies, mientras yo intentaba conciliar el sueño. No fue así.