“Ya no quiero hablar de política”
- Rubén Flores Márquez
- 31 jul 2017
- 2 Min. de lectura

Durante años, nuestra sociedad ha sido partícipe de la desmoralización del concepto de política. Como politólogo, he pasado los últimos cuatro años de mi vida leyendo a los clásicos, aprendiendo definiciones sobre qué es la política, para qué nos sirve y cómo se ha trasformado. Sin embargo, parece ser que no ha servido de nada, porque al querer explicar las bondades de hacer política, las personas lo asocian a múltiples descalificaciones: corrupción, engaño, demagogia, ineficacia y cualquier adjetivo que se nos ocurran.
Tal vez no entienden que la política no simplemente es la acción de gobierno, sino es la que hacemos diariamente en cualquier relación humana; ahí donde el poder se hace presente desde su concepción más natural. No negaré que la realidad no favorece la explicación sobre la política, que diariamente aquellos que se ostentan como la “clase política del país” hacen uso equivocado del contrato social y dejan de ver uno de los principios fundamentales de la acción de gobierno (pueden traducirlo a política) es el bien común.
Desde mi trinchera, diariamente conozco de casos donde la injusticia, la omisión y la indiferencia son el pan de cada día de muchos ciudadanos. Mi trabajo me ha permitido convivir con mujeres, hombres y niños que no tienen que decir una sola palabra para hacerte saber que necesitan de mucho apoyo.
Al principio, creí tener todo para cambiar las cosas, cegado por ser novato y un falso sentimiento de poder. Pensé que podría ayudar a todo aquel que se me atravesara, pero es más complicado que eso; entendí el descontento por la política, por el sistema. La gente me reclamaba por cosas que yo no había hecho, pero que veían en mí el mismo perfil que todos los demás.
El señor “Jorge” me vio a los ojos y me hizo responsable porque su hija no fue bien atendida en un hospital público, mientras las palabras de decepción, desesperación y legítimo descontento se dirigían hacia mí. Solo podía pensar en una cosa: su hija nunca debió pasar por eso, él no debería de tener tanta angustia, yo no tendría representar el mismo sistema.
Es por eso que decidí ya no querer hablar de política, porque si bien el discurso político también es acción política, al ciudadano de a pie no le interesa escuchar más discursos; él quiere bienestar, quiere un buen empleo, quiere que su familia esté protegida, saludable, desarrollada. Quiere salir con seguridad, quiere ser feliz y estar en paz.
Después de que el señor “Jorge” terminó de explicarme su situación, no dije una sola palabra; tomé mi teléfono, marqué, hablé por cinco minutos, colgué y me dirigí de nuevo a él: “Señor, no podremos reparar el daño hecho, pero sí seguir luchando, su hija tendrá la atención que necesita”.
Después de ese momento entendí que necesitamos acciones que reivindiquen a la política. Podré pasarme horas con alguien convenciéndolo sobre las bondades de hacer política, pero en cinco minutos pude utilizarla y con acciones convencer a alguien de que la política no es mala, sino que malas son las personas que la utilizan en beneficio propio y no del interés popular.
Se los dejo para la reflexión.