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“CÓMO ORGANIZAR UNA TURBA DE LINCHADORES”

  • Martín Iraizos y Hristo Torres
  • 27 may 2017
  • 3 Min. de lectura

Nos llamaron simios, así que hicimos lo más civilizado, lincharlo.


Empecemos la nota con los apartados de siempre, mencionar lo que todos mencionan y crear continuas ficciones o personajes: el título, bastante próximo a un alarmismo o mero amarillismo, la atracción común por ver a alguien con la cara hecha papel. Nos referimos, por supuesto, al suceso del viernes 19 de mayo en el que una turba enfurecida en Cancún linchó, atacó y molió a golpes a un ciudadano ruso que ganó infamia gracias a sus ideas de supremacía racial, divulgadas a través de la maravilla que son las redes sociales.


Continuemos haciéndonos algunas preguntas a nosotros mismos. ¿Puedo ser moral y a la par ver fotos de racistas, narcotraficantes y pedófilos siendo castigados? ¿Es la foto de un decapitado adornado con una “corbata colombiana” la mayor expresión de justicia? (Por supuesto cabe aclarar que el de la foto se las merecía con todas la de la ley).


Al igual que a la palabra “pornografía” le sigue alguien masturbándose o una imagen de una rubia copa doble D perfilada, la palabra “racista” nos implora fusilamiento, nos tienta con la historia de un blanco seguido de un negro o un latino siendo escupido. Regresemos y digamos una colección de todo lo malo que alguien ha hecho a ello, seguido, claro, vendrá la justificación de cualquier acto.


Digamos que él quería traer al cuarto Reich a América Latina. Digamos que estaba de visita aquí como lo estaría un misógino en una tienda de lencería. Cuanto más sugerente la metáfora más parece coherente. Parece.


¿Alguien que va de cacería está en un safari por gusto? ¿Se está rodeado de bestias por el mero amor a estarlo?

Prosigamos con el esbozo, o caricatura, o hecho. Pensemos que lo entendemos tanto como él a nosotros. Pensemos que vemos vídeos suyos y entendemos por encima de las “suásticas” algo más que un odio generalizado y alardes de superioridad.


¿Cuánta blasfemia puede tolerar Dios? La pregunta no es teológica ni busca tocar nervios innecesarios, pero sí cuestionarnos los límites de nuestra tolerancia en una sociedad que argumenta ser la más tolerante y plural de la historia.


¿Se puede justificar cualquier adolescente al entrar y dar tiros en su escuela por haberse sentido agredido, alienado o perjudicado? ¿Podemos defender la glorificación del suicidio a través de una serie de televisión? Buscar cualquier forma de justificación es evidencia únicamente de la posición “política” que se ha optado. La predilección entre no cuidar de un Breivik, entre defender a un Kaczynski, poner en portada a un Jahar, entre llamar fascista a alguien o tildarlo de terrorista.


¿Acaso somos más civilizados por darle mejores condiciones de vida a un multihomicida que a los refugiados que huyen de su país destrozado por la guerra? ¿Por qué preferimos conservar con vida a un terrorista viejo y ejecutar a uno joven, siendo que uno vive parasitariamente del erario desde hace décadas? ¿No somos más progresistas y respetuosos de la vida humana ahora que hace dos décadas?


¿Cuidarías de un terrorista? ¿Podrías amar a Albert Fisher –aquel caníbal pedófilo que envió en una ocasión a la madre de una de sus víctimas una carta bien explicada de cómo lo hizo?

La forma expositiva revela u orienta cuanta tolerancia podemos tenerle a alguien o algo. Todo crimen de la humanidad se ha erigido en aras de la justicia, todo crimen ha exigido justicia, pago, venganza.


Regresemos a “tesis” mínimas de posibles defensores. Recordemos a L. Spooner, quien aseguraba que los vicios no son crímenes, lo cual es claro a lectura superflua de su vida. Se refiere a la prohibición del alcohol, pero, retomemos por un segundo que puede el racismo ser un consumible como los tabacos. Su noción de crimen es que lastime o dañe a alguien. Objetaremos el racismo conlleva a gulags y campos de concentración, conlleva a crímenes de género, a crímenes religiosos. Consideremos “raza” en el sentido más ambiguo con la misma ambigüedad que le podríamos dar a “poder”, “daño” o “violencia”. Objetaremos que la única forma de justificar un crimen es dar por sentado que ello afectará realmente, se hará hecho.


El eslogan no es racismo, es cuestión de higiene, valdría lo mismo cuando alguien trata de “limpiar” el mundo de dicha calaña, por supuesto para ambos ninguno de los dos representa la idea de una utopía consagrada.


¿En qué se diferencia el racista del asediado, siendo que ambos tratan de librar al mundo del otro? ¿Es que acaso tenemos que elegir entre el menor de dos males?

 
 
 

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