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"Chiapas en 4 episodios, uno."

  • Patricio Patiño
  • 22 feb 2017
  • 5 Min. de lectura

Esta es una serie de entregas donde busco dar cuenta de una pequeña parte de un estado rebosante. Espero que tú, andante, disfrutes acompañarme en estos pasos.


Uno, San Cristóbal


Doce horas después de sortear los más diversos paisajes y climas de la carretera mexicana, o bien una hora después de haber abordado un avión (desde la CDMX), uno finalmente puede arribar a tierras chiapanecas. Ha comenzado la aventura.


Llegaste a Tuxtla, que es lo más probable, entonces te sugiero establecerte en San Cristóbal de Las Casas. Además de su cercanía con la capital, su ambiente montañés y colonial hacen de esta pequeña ciudad un destino tan obligado como inigualable. Interconectada, joven y viva, San Cristóbal ofrece lo mejor de dos mundos: un ambiente sereno y tradicional emparejado de una indetenible actividad.


Si te pareces en algo a mí, una de las primeras cosas que querrás saber es dónde comer y beber bien. Te sugiero un lugar llamado El Caldero. Se trata de un acogedor local sobre la calle Insurgentes (calle repleta de restaurantes especializados en caldos) donde podrás disfrutar cualquier platillo que cumpla con lo siguiente: ser mexicano y contener algún guisado líquido.


Desde caldo tlalpeño hasta birria, aquí podrás disfrutar de generosas porciones y de una bien lograda sazón casera. Para abrir el apetito la recomendación es un caballito de Pox, que es un destilado de maíz y otros ingredientes locales.


Tiene marcha pronunciada y gusto penetrante; si no estás acostumbrado a la bebida fuerte quizás sea demasiado, pero la experiencia lo vale. Sentirás el camino del espirituoso a través de tu garganta. Al final puede percibirse un ligero rastro dulce con notas de maíz. Si te gusta el tequila o el mezcal, esto es un manjar.

 

Una vez que hayas establecido tu base de operaciones, será bueno que comiences la excursión cuanto antes (esas fotos no se van a tomar solas), los días en San Cristóbal suelen ser calurosos y algunas veces lluviosos. En época de frío podrías encontrarte con una encantadora niebla matutina. La noche llega antes de lo esperado y es anunciada por vientos frescos, que permanecen bajando la temperatura.


Pasear por el centro y los andadores es una obviedad, que no por ello desmerece: piérdete a tus anchas en ellos y los alrededores, jamás te vas a cansar. Pero si quieres mirar un San Cristóbal más cercano al diario de los coletos (gentilicio de la ciudad), presta mucha atención.


Sobre el andador, alejándote un poco del centro hacia el campanario, y tras más de doscientos escalones, podrás acceder a la explanada de la Iglesia del Cerrito. Este es un punto privilegiado para apreciar la panorámica de la ciudad. Alcanzarás a ver el centro y las casitas al estilo sureño novohispano, además de la Iglesia de Guadalupe (al otro extremo), la de Santo Domingo (un tanto escondida) y la de Santa Lucía (la más notoria). Eso sin mencionar la imponente Catedral (también algo camuflada).


Este mirador es un lugar para las personas apacibles, sin bullicio y de difícil acceso. Cuenta además con algunos rincones para sentarse a pasar el rato, identificables sencillamente para el buen observador. Probablemente sea idóneo para quedarse a fumar un puro, o disfrutar de alguna bebida refrescante mientras platicas con alguien.

 

Una vez de vuelta al corazón de la ciudad fundada por Don Mazariegos, podrías tener antojo de un buen rato de diversión. Te tengo dos recomendaciones más.


Si lo tuyo es la fiesta, haz una parada en el popular bar Revolución, muy cerca de la explanada principal. En el Revo vas a encontrar cerveza barata, mezcal, cocteles y hamburguesas deliciosas. Si llegas bien entrada la noche hallarás a muchas personas dentro y fuera, contagiadas del mejor ambiente del centro. Este lugar es famoso por mezclar altas dosis de música bailable con una pléyade de interesantes personajes.


Pero si tus ánimos te disponen más para unas copas tranquilas y una estancia de carrera larga, deberías ir en busca de La Catrina. Este bar-posada filo-zapatista tiene todo lo necesario para una velada restauradora.


Ciertos días podrás encontrar lo mejor de la música viva local, con propuestas que van desde la trova hasta el blues y el post punk; no dudes que La Catrina sabrá ambientar tus juergas bohemias y tus largas pláticas de viaje sin problemas. Por si fuera poco, la botana es gratis.


Por último, no podemos hablar de una noche en San Cristóbal sin hablar del Sacrificio Maya. Se trata de un poderoso coctel que encontrarás en varios establecimientos, y definitivamente hace honor a su nombre.


Esta misteriosa bebida lleva una cantidad variable de licores, una generosa rociada de canela y una impresionante llamarada del tamaño de una persona. Vaciar la copa que te ofrecen inevitablemente recuerda el tramo que los cuerpos degollados de las victimas recorrían escaleras abajo en las antiguas pirámides. Después de este ritual, tu vida estará a merced de las deidades de la selva.

 

Si has llegado relativamente entero hasta este punto, te mereces un premio. Ve por cacao al Cacao Nativa, también frente al campanario y en la esquina del andador. Este lugar decorado artesanalmente no escatima ningún recurso para ofrecerte la mejor atmósfera (y producto) de degustación. Mi recomendación personal es un maya normal en taza. Cacao cien por ciento disuelto en leche, sin azúcar ni añadidos. Una bebida que, caliente o fría, es refrescante y vigorizante.


Apenas la hayas probado sentirás un extra de energía que te recorre con suavidad, sin la agresividad que caracteriza el efecto del café. El gusto es amargo y consistente, como un buen chocolate. Tendrás la sensación de estar departiendo con la antigua nobleza mesoamericana, no por nada esta semilla permanece asociada a la grandeza y la divinidad.


Una vez recargado y encendido, quizás quieras prestar más atención a los lugareños. San Cristóbal fue una ciudad fundada pensando en los nuevos colonos peninsulares. Una famosa (y diría bastante confiable) anécdota cuenta que sus banquetas fueron diseñadas estrechas a propósito, para obligar a los nativos a caminar por debajo de los recién llegados. Tristemente, todavía habrá algunos que podrían cederte el paso basándose en tus rasgos mestizos.


Por fortuna, la localidad vecina es completamente opuesta a este esquema. A menos de veinte minutos por la autopista vas a encontrar San Juan Chamula. Este pequeño pueblo se las ha arreglado para mantener sus usos y costumbres sin un ápice de sometimiento.


Apenas te encuentres en la explanada principal, serás recibido por persistentes propuestas de comerciantes locales, y sentirás inmediatamente quiénes tienen la voz de mando en el lugar. Chamula no es San Cristóbal, no es un enclave endulzado para el occidental. Si bien hospitalario y cortés con el extraño, muy a la mexicana, Chamula te hará saber más pronto que tarde que ahí los indígenas están primero que tú.


Prácticamente desde la llegada del catolicismo, los tzotziles que habitan el asentamiento no han dejado decaer sus creencias y las han amalgamado con las instituciones que quisieron erigirles enfrente. Lo mismo podría decirse del Estado. Las instituciones de gobierno y de justicia están igualmente definidas por las formas originarias de impartición de justicia y ejercicio político. Nada se hace en este lugar sin la venia de los representantes originarios.


Esta hibridación autónoma refleja vivamente el espíritu de los pobladores chiapanecos, y quizá trae a la mente el de los antiguos mayas, quienes antes de verse sometidos a los bárbaros que vinieron del mar, prefirieron huir a la selva y abandonar sus paradisiacos hogares.


Pero ojo, esta sigue siendo la vertiente moderada del indigenismo chiapaneco. A cambio de la preservación tradicional, los indígenas chamulas han acogido al oficialismo sin demasiado alboroto. Al final es una estrategia de coexistencia con los otros, que somos nosotros, y que nos permite un beneficio mutuo.


Espera la siguiente entrega sobre zapatismo.

 
 
 

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