"Razón e intolerancia"
- Patricio Patiño
- 28 sept 2016
- 2 Min. de lectura

Se pueden defender muchas cosas, pero todas esas defensas y argumentos dependen a su vez de una creencia básica que compartimos (al menos la compartimos quienes creemos en el debate y la argumentación), pero que por alguna razón nos apena enunciar abiertamente: existen ideas mejores que otras, y en ese entendido hay ideas imprudentes que no pueden tolerarse.
Así, cuando alguien medianamente racional se encuentra con una idea absurda, tendrá el impulso de corregirla, o por lo menos contradecirla (sino en el discurso, sí con los propios actos); sea que la falsedad que muestra al respecto haga parecer a su interlocutor como un ignaro, o bien le beneficie. He aquí una de las pruebas de que no sólo no podemos darnos el lujo de tolerar la estupidez, sino que por lo general no lo hacemos. Pensemos en ejemplos.
Un hombre se dirige a cruzar la calle y pretende hacerlo cuando la luz roja indica a los peatones no hacerlo. No solo eso, por regla general, este sujeto pretende cruzar cualquier calle cada que la luz roja le indique que no lo haga. Podemos apreciar que es una idea que no lo llevará muy lejos, y quizá hagamos bien en intentar mostrarle lo incorrecto de su creencia: cómo es que no tiene razón y que a todas luces debe modificar su opinión, a riesgo de morir atropellado si insiste.
Por supuesto, ese es un caso nada difícil, muy evidente. Pero el asunto relevante es: ¿qué razones nos autorizan a pensar que no ocurre lo mismo cuando existen conflictos morales o culturales? En otras palabras, ¿es defendible que existen valores culturales o morales mejores que otros? Nuestra apuesta es que sí, y que en el fondo el lector se conduce de acuerdo a ello (sino, ¿qué sentido tendría defender nuestros puntos de vista, para qué creer en algo?). Pensemos en ejemplos una vez más.
¿Qué tan autorizados estamos para exigir, por decir algo, a las comunidades indígenas oaxaqueñas que sus usos y costumbres deben ser reformados para incluir a las mujeres en el voto y el ejercicio de cargos públicos? Hay quienes dirían en primera instancia que tal intromisión sería un abuso y una imposición. Sin embargo, parece que estas ideas tradicionales atentan contra la dignidad personal que estamos dispuestos a reconocerle a todo ser humano, desde un punto de vista secular, científico y humanista.
Otro tanto pasa con el debate en torno al matrimonio igualitario y la adopción homoparental. Sólo hay una respuesta éticamente adecuada, respaldada por evidencia comprobable. Las ideas contrarias a ella son erróneas y deben ser erradicadas.
Ahora, no se piense que esto es expresión de dogmatismo o injusta persecución. Es simple concordancia con la razón, y por ende, con los mejores criterios. Así como no podemos enseñarle correctamente a sumar a un niño que sostiene que dos más dos son cinco, no podemos enseñarle convivencia ética a quienes se rigen por la Biblia a rajatabla. En ambos casos: tolerar esas ideas es incompatible con el desarrollo de la consciencia y el progreso epistémico. No es distinto de atentar contra la humanidad.