"La mala vs. el peor"
- Adán de la Cruz
- 27 sept 2016
- 3 Min. de lectura

Indiscutiblemente, el día de ayer ganó Hillary Clinton el primer debate presidencial. Si bien no hay una forma (ni fórmula) no subjetiva que indique quién ganó la primera contienda, parece ser que quien mostró mayor aplomo, quien se preocupó un poco más por poner ideas sobre la mesa y quien presentó mayor carisma, fue la candidata demócrata.
Sin embargo, en un ejercicio de subjetividad (como todos los que opinamos acerca del debate), ninguno de los dos candidatos mostró argumentos para poder despachar desde la Oficina Oval en la Casa Blanca.
En México vemos la elección con un cierto sesgo; hemos sido señalados contundente y permanentemente por el candidato republicano Donald Trump. Él se ha encargado de llevar una campaña acusando al pueblo mexicano de múltiples motivos, y eso ha generado una pérdida de simpatía sin precedentes. Esto se acentúa con mayor firmeza cuando vemos que el actual presidente de los Estados Unidos es uno de los más carismáticos de las últimas décadas.
Por esa razón tendemos a creer que el republicano es un enemigo; que es el que llegará y sacudirá a los latinos -especialmente a los mexicanos- y tendemos a desestimar, sólo por el hecho de que es Donald Trump, sus argumentos. Y eso también nos orilla a pensar, a ensalzar las cualidades de la rival, de catalogarla como “una dama”, y calificarla positivamente para demeritar al republicano (baste la cantidad de mexicanos que ocupan el #ImWithHer).
Un ejercicio serio de análisis nos hace dejar de lado preferencias y comprender el perfil de quién decidirá la próxima elección del 8 de noviembre -al final es lo que importa-. La gente en Estados Unidos viene de un profundo desencanto con los demócratas. El presidente Barack Obama, quien parecía ser la esperanza de un mejor Estados Unidos, hoy es percibido como alguien que no aprovechó el boom obtenido en 2008 y no logró recuperar al país de la gran crisis, no logró hacer del país uno más seguro y no consiguió promover el estado de bienestar prometido (no es culpa suya esto último; un congreso dividido bloqueó sus iniciativas).
Así, en el bando demócrata, Hillary Clinton, por más profesional que pueda parecer, por más idónea para el puesto que puede pensarse, no ha logrado apuntalar la elección y resolverla, teniendo todo para poder lograrlo. Las malas decisiones en su campaña, el inexplicable ocultamiento de su estado de salud -algo tan delicado, pero a la vez tan fácil de aclarar- y ese pasado que la vincula al establishment y a una mala gestión como secretaria de Estado, la hacen vulnerable a perder la elección.
En el otro caso, el republicano Donald Trump ha tenido que luchar desde diversos frentes. En medio de un partido dividido, logró obtener la mayoría de los votos y hoy es el abanderado más mediático que ha tenido el Grand Old Party (hay que recordar que los últimos dos candidatos que ha tenido el partido han carecido de ello).
Lo más característico del republicano es la forma en que enarbola su discurso; lleno de retórica, ataques y una forma contundente de exponer las cosas.
Si bien no es un hombre que ha demostrado hacer propuestas por demás extensas y bien reflexionadas, es alguien que habla directo, que trae la vieja escuela de los republicanos. Por eso, cuando habla de recuperar la grandeza de ese país, logra ganar muchos adeptos.
Así, tenemos una elección dividida, y que desde muchos frentes da la impresión de que cualquiera puede ganar. Pero esto ha sido el resultado de muchos factores, que nos han llevado a pensar que los demócratas han elegido hacerse el camino más difícil de lo que ya lo era, con una candidata que no ha logrado verse imponente, fuerte, ni con una figura de persona de Estado, y por los republicanos, con un candidato que, aunque no extraordinario, está aprovechando la aversión al establishment y a la figura de outsider para conseguir adeptos.
El primer debate presidencial en Estados Unidos no suele ser, generalmente, uno de ideas, sino de imponer temperamentos. Por más que se deduzca que Clinton sacó mayores momios el día de ayer, tampoco le resultará significativo para la contienda. Y por más que se diga que Donald Trump no mostró lo esperado, tampoco perdió el debate. Habrá que esperar el desarrollo de las semanas y lo que se muestre en el segundo debate en St. Louis, donde ahí se desentrañará la elección.