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"LOS NIÑOS DEL NARCO"

  • Pilar Rosas
  • 23 sept 2016
  • 3 Min. de lectura


México vive una de sus peores crisis políticas en los últimos cuarenta años; problemas que parecen simplemente no tener solución. Mientras el nivel de desconfianza de los mexicanos en nuestros funcionarios públicos sigue en aumento, el descaro e impunidad tanto a nivel federal, estatal y municipal están latentes, otros problemas aquejan al país.


No obstante hay un fenómeno del que muy poco se conoce y cada día va perpetrando más a nuestros niños y niñas, principalmente a aquellos que viven en las zonas más marginadas de nuestro país. Aquellos en donde la violencia es algo común para ellos, es ahí en donde el crimen organizado ve la oportunidad de engrandecer sus filas.


El reclutamiento de niños en conflictos armados no es una práctica nueva; comenzó como un ejercicio en las guerrillas en África y continúa hasta nuestros días siendo empleados por organizaciones terroristas como el Estado Islámico. Según datos de la Organización Health and Human Rights, se estima que más de cinco mil niños diariamente están siendo parte de conflictos armados, muchos de ellos sirviendo como línea en el frente de batalla, y en el caso de las niñas, como esclavas sexuales.


La captura de Edgar N. ‘El Ponchis’ en diciembre del 2010 dejó al descubierto una situación que hasta entonces era desconocida. La cara del narco tomaba forma en nuestras niñas y niños de las zonas más marginadas del país. A sus 14 años, el Ponchis era uno de los principales operadores del Cártel del Pacífico Sur, su tarea consistía en torturar y/o asesinar a los enemigos de otros grupos criminales y secuestrar bajo las órdenes de Jesús Radilla Hernández “El Negro”, misma persona que reclutó a “El Ponchis” cuando este tenía 11 años.


El pago por “trabajo” es de 5 mil pesos, casi una tercera parte de lo que se le paga a un sicario de mayor edad. La fase de su reclutamiento comienza con una serie de entrenamientos acerca de las diferentes técnicas de tortura y sometimiento y el uso del “material de trabajo” el cual incluye cuchillos, navajas, hasta AK-47. Posteriormente, someten al menor a un consumo de alta dosis de drogas. Las actividades que lo niños realizan van desde vigilancia, distribución de estupefacientes hasta actividades más sanguinarias como secuestrar o asesinar. Sin embargo, su estancia en estas bandas no es mayor a tres años, pues son los primeros en ser eliminados por la facilidad que implica y se les niega el ascenso a posiciones más altas dentro de la jerarquía de la organización.

No se sabe el número exacto de menores involucrados en las filas del crimen, pero los datos de organizaciones civiles apuntan a un promedio de 25 mil menores, todos ellos con una edad menor a quince años, involucrados en el narcotráfico. La mayoría de ellos son provenientes de familias disfuncionales, violentas o lugares donde el narcotráfico ha permeado de manera intensa en los sectores de la sociedad y que encuentran en las bandas criminales el sentido de pertenencia que tanto les ha sido negado en el seno familiar.


El caso del Ponchis no trascendió, pues al tener la edad mínima para que un menor pueda ser juzgado según las leyes del estado de Morelos, la pena fue mínima. En diciembre del 2013 fue liberado tras ser sometido a un carente programa de readaptación que consistía en terapias psicológicas, mismas que no culminaron porque el tiempo fue insuficiente para determinar si estaba listo o no para reintegrarse a la sociedad.


Estamos ante una problemática para la cual el Estado mexicano no se encuentra preparado pues la realidad está sobrepasando los marcos jurídicos de nuestro país. Los programas de readaptación deben ser reformados de manera que se garantice la reintegración de una persona íntegra a la sociedad. Aunado a esto, es menester que los programas sociales orientados hacia la juventud causen un verdadero impacto en el nivel de vida de los niños y niñas, sobre todo en aquellos puntos que han sido focalizados como puntos rojos dentro del territorio nacional.


Si bien el panorama nos muestra lo mucho que nos hace falta por hacer, la concientización sobre este tema y la adaptación de una actitud responsable nos hará inculcar en nuestra juventud un mayor anhelo de superación con base en valores éticos firmes. Cuando se tiene hambre, es más fácil tomar un arma a un lápiz. Es por tanto que nuestros esfuerzos deben de ir encaminados hacia la construcción de una sociedad más justa para aquellos que no son el futuro, son el presente de nuestro país.

 
 
 

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