"PASOS A LA ORILLA DE UNA CORRIENTE NEGRA"
- Andrés Sánchez
- 5 sept 2016
- 12 Min. de lectura
Problemáticas de la vida diaria en las cercanías del Canal de la Compañía, en los Reyes, La Paz
Hay lugares que no se presumen en revistas de viajes, localidades olvidadas que a nadie le interesa buscar en un mapa, destinos a los que nadie quiere ir de vacaciones y mucho menos para vivir. Porciones de tierra oscura y gris bañadas por un río muerto, de aguas negras y hediondas; el Canal de la Compañía ocupa un espacio privilegiado entre estos lugares.
Situarlo es fácil pero también complicado: es de los pocos cuerpos de agua al descubierto que quedan en la Ciudad de México, es visible y reconocido; va de un lado a otro atravesando la parte oriente de la ciudad y dejando huella en municipios del Estado de México como Chalco, Los Reyes y Nezahualcóyotl. En esta ocasión, hablaremos específicamente de uno de sus tramos que pasa por las colonias El Salado y La Ancón, del Municipio de Los Reyes, La Paz; casi 400 metros que bastan para mostrar un panorama de lo que, posiblemente, sucede en otras comunidades cercanas a sus orillas. Comiencen a caminar.
Caminando entre basura
Poco se habla de estos lares, no hay quien quiera dejar sus huellas en este lugar. Un paisaje envidiable no hay, eso es seguro. Este paraje se viste de tonos sepia que de inmediato producen melancolía, no de la que te hace querer regresar, sino de la que te trae malos recuerdos, aunque sea la primera vez que estás ahí. Los múltiples carros desvalijados se asemejan a un cementerio de hierro, en el que los huesos de estos vehículos son profanados para integrar otro cuerpo o para servir de morada de perros, gatos y vagabundos.
Pero también hay materia natural; un montón de hierba difícil de nombrar recorre ambos extremos del Canal de la Compañía desde donde se alcanza a apreciar, hasta donde los ojos dejan. Son de un color verde intenso que, dentro de todo, le da un aire de vida al tono casi café del agua que lo compone. Más que agua podría ser un caldo, cocinado a través de los años con desperdicios de las industrias del maíz, de construcción de “ballenas” para puentes y láminas de cartón; de materia fecal de los vecinos del oriente del Estado de México, sobre todo de los de Chalco, La Ancón y el Salado; basura que encuentra en él su última morada y cómo olvidar a esos animalitos cuyo cementerio fue la corriente.
Lo endémico aquí son sus aromas: Doña Dolores Rodríguez se levanta todos los días, muy por la mañana, respirando un penetrante olor a putrefacción. Los días de lluvia son los peores: pareciera que el caer del agua de nubes y su choque con el líquido verdoso, al que el término agua le queda grande, produce una batalla interna que realza las esencias de basura y desperdicio. Huele a desechos, a perros, gatos y demás animales de cadáveres putrefactos, a hierba y heces; huele a abandono, crisis y muerte.
La contaminación aquí es característica: no hay un sólo metro cuadrado en el que no haya restos de comida, bolsas de frituras o ropa vieja; bolsas negras de gran tamaño se desparraman de cosas inservibles a la orilla del Canal, son los mismos vecinos quienes las dejan ahí. Yesenia Gonzaga, habitante de la zona, describe a los colonos de estos alrededores como gente inconsciente y egoísta que tira su basura a plena luz del día donde no deberían hacerlo.
̶ Esa pinche gente prefiere ahorrarse unos cuantos pesos al no echar la basura en el camión que la recoge o dársela a alguno de los “burreros”, van y la tiran sin importarles si alguien los vio y, si lo hacen, nada más se te quedan viendo como idiotas-, decía exactamente.
̶ ¿Has reclamado cuando ves a alguien tirarla ahí?
̶ Pues sí, pero les vale. Si les reclamas te responden que para eso está el canal, que si todo mundo lo hace por qué ellos no, que me ocupe de mis asuntos, que qué me importa… No piensan que ellos mismos se están jodiendo. Son unos ojetes-, finaliza.
Y es así como su estado de desorden ha generado una vista desconsolante, peligrosa para la salud física y mental. Es un foco de infecciones, un nido de animales rastreros y roedores indeseables, un catalizador de enfermedades que se propagan por el aire. Estamos frente a un peligro en el que cientos de familias viven y al que muchos están acostumbrados.
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Caminando, pero no de noche
Elvia Salinas dice “no camines por ahí, siquiera intentarlo en las noches se vuelve como un suicidio, como ir directo a la boca del lobo. Son las 4:46 pm, pero de todos modos. Pa’ pronto, ni en la noche ni en la tarde”. Pocos son los aventurados en recorrer esta orilla terrosa, completamente solos.
Ella vive a una cuadra del Canal desde hace casi 30 años y relata que no siempre fue tan inseguro pasear en la noche por las calles de aquí. Hace un tiempo, aproximadamente cuatro años, era anuncio constante que encontraran algún cuerpo hinchado flotando en las aguas negras, o un encobijado que habían matado en quién sabe dónde para venirlo a tirar acá; “Pandilleros lo ultiman y tiran a canal”, dice el titular de una noticia del 20 de mayo de 2011 en La Prensa; “Tiran cuerpos de 14 personas en el río de La Compañía”, se escribe en una página de El Universal del 07 de agosto del 2006; “Bomberos de Los Reyes La Paz rescatan cadáver en aguas del Río de la Compañía”, se titula una entrada en el portal en línea de Diario Nacional; titulares que no siempre aparecían en diarios importantes pero que la población vivía. También, fueron, y son aún, numerosos los asaltos a mano armada hacia quienes vienen del trabajo o la escuela.
Antes no había mucho qué buscar en esa parte del “Río” de la Compañía, que está registrada en los mapas municipales como una avenida principal llamada Narciso Mendoza o Calle Electricistas, ya que sólo había autos convertidos en chatarra y algunos terrenos baldíos, pero hace dos años comenzaron a utilizarlos para construir viviendas, abrir nuevas calles y apresurarse a vender los lotes. En el terreno que antes correspondía a una fábrica de ballenas para puentes ahora se construyen casas sobre un suelo que costó relativamente poco; el precio era accesible, los dueños sabían que nadie pagaría de más por vivir enfrente de un canal de aguas negras, en un ambiente que siempre huele mal y donde el acceso es limitado.
De esta forma, llegaron nuevos inquilinos que rápidamente se acostumbraron al estilo de vida que este lugar impone. Ni ellos, que no tienen calles alternativas para llegar a sus hogares, se atreven a salir muy de noche; los que tienen que salir a trabajar antes de que amanezca se hacen acompañar de algún familiar armado con palos o por su perro que promete ser un defensor en caso de emergencias.

“Paseo por la orilla”. Este camino se usa en las mañanas y tardes, en las noches pocos se atreven a pasar por aquí.
Doña Dolores Rodríguez, después de haber pasado la mitad de su vida aquí, ya no se siente intimidada por su comunidad, dice que podría salir muy de noche sin miedo de que le hagan algo, pero sí teme por su hija y por su nieta. Guadalupe Guijón, su nieta, nos confiesa: “Yo sí tengo miedo, mi abuelita porque ya se acostumbró, pero a mí me sigue costando caminar en la noche, prefiero dar más vuelta y entrar por otro lado. Luego hay vagos que se esconden en los coches viejos y te salen sin que te des cuenta, o borrachos que te siguen y te dicen de cosas”. Incluso, la seguridad se pone en tela de juicio ante las mismas noticias de encobijados abandonados a la orilla del Canal, Guadalupe lo asegura: “Antes venían a aventar muertos a cada rato, al principio sí me daba miedo y tristeza, pero luego casi me acostumbré. Hace tiempo que no los tiran aquí, casi en frente de mi casa; pero bueno, más para allá la historia es distinta”.
Aparte de la seguridad, la pobreza económica que se presenta en la zona es también alarmante, sobre todo cuando por ella se tiene que vivir arriesgando la vida, la salud o la integridad. Basta seguir caminando para darse cuenta.
La pobreza también camina
Jaqueline y Martha, cuyos apellidos son omitidos por su petición de semianonimato, llevan toda su vida aquí, casi 40 años; son hermanas, pero lucen como madre e hija. Están en casa de su papá y dicen tener todos los papeles en regla, cuentan con todos los servicios básicos y, en general, se sienten tranquilas viviendo ahí, a unos cuantos pasos de la orilla del Canal de la Compañía, en un territorio donde no hay un metro cuadrado libre de basura. No encuentran ninguna desventaja de su predio, ni de su estilo de vida, a pesar de que es precario y pone en constante riesgo su integridad física.
Viven, en parte, con apoyo del gobierno, con el programa Prospera. Tienen 12 hijos entre las dos, de Jaqueline son 7. Todos van a la escuela y las becas les permiten sobrevivir, Jaqueline menciona: “con el dinero que nos da el gobierno apenas si cubrimos los gastos de comida, les compramos ropa a los niños y para lo que les piden en la escuela”. Ella se dedica a recoger basura en su carreta, lo hace diario y durante casi 6 horas, hasta que se llena o ya no hay basura por recoger.
̶ ¿Cuánto ganas trabajando en tu carreta?
̶ De mi jornada saco 70 pesos cuando bien me va, a veces más o a veces menos; de eso, tengo que apartar 35 pesos para pagar la cuota en el basurero cuando vaya a vaciar la carreta, de los 25 que me sobran compro las tortillas y algún complemento para la comida del día-, agrega. Con 25 pesos tendrá que alimentar a siete bocas y, cuando se comparte los gastos con su hermana, a 16.

“La carreta de Jaqueline”. En la número 16, Jaqueline sale todos los días a recolectar basura y sacar para la comida del día. Su jornada es de 6 horas y gana $70 cuando bien le va.
A su casa y al Canal los separa la que debería ser la avenida México-Acapulco, por supuesto que parece todo menos avenida, pues no está pavimentada y, en cambio, funciona como un tiradero improvisado donde se deposita la basura traída por burreros y camiones antes de ser recogida de nuevo para ser llevada a los tiraderos oficiales. Entre ida y vuelta se queda casi la mitad de la basura en el suelo o se va al Canal. También funciona como estacionamiento de carretas, Marta relata: “El Municipio les dio permiso de estacionarse ahí, con tal de que se fueran para otro lado, porque querían construir aquí sus casas. Obviamente no son sus terrenos, querían invadir”.

“Carretas sin jinete”. Algunas carretas estacionadas hasta el próximo turno de trabajo. La basura recolectada terminará a las orillas del Canal de la Compañía, antes de ser llevada al tiradero municipal.
Lo anterior demuestra que se ha convertido en un lugar supuestamente regulado por las autoridades locales, pero donde parece no haber reglas, donde todos, incluidos vecinos, tiran su basura cuando y donde quieren, donde se cobran cuotas sin autorización y la limpieza es inexistente. No es algo exclusivo de un municipio, pues a tan solo unos pasos hay unas vallas amarillas que marcan la división entre Los Reyes y Nezahualcóyotl; en ambos extremos la situación es la misma: se ve gente recogiendo algunos objetos de entre la basura, tratando de salvar lo que se puede vender y así sacar para la comida de hoy.
La mayoría de las casas son humildes, como la de Jaqueline y Marta, de techos de lámina de cartón, uno o dos cuartos para más de 10 personas, las más afortunadas cuentan con todos los servicios básicos aunque casi nadie los paga, otros tienen uno o más pisos; en contraste, algunos pares de casas bien construidas y decoradas también tienen vista a este muladar. Entre muchas causas, se pueden mencionar las deficientes políticas urbanas y lo complicado que puede ser el mercado de suelos, por lo cual algunas familias se encuentran excluidas y se ven forzadas a buscar alternativas acordes a sus posibilidades económicas.

“En el límite”. Las piedras amarillas marcan el final de Los Reyes y el inicio de Nezahualcóyotl. La pobreza y los tiraderos de basura residen en ambos.
La insolvencia económica ha llevado a muchas familias a tener que sobrevivir en estos predios a costa de su seguridad física, de no poder disponer de un título de propiedad; además, problemas y riesgos sanitarios y ambientales; bajo este contexto, su día a día está sometido a convivir con los desperdicios, a jugar con lo que encuentran tirado, a respirar partículas de basura y olor a muerto, a hacer a un lado el tiradero para caminar; a trabajar con todo lo que la gente desecha, para sobrevivir de ello, con lo poco que eso deja; a pesar de la contaminación y de la mala alimentación ni los niños ni los adultos se enferman, son resistentes y su organismo también lucha en ese ambiente.
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Es un tema latente, pero los estudios sobre el mismo son insuficientes, las soluciones no llegan y poblaciones como “Cartolandia” en Ecatepec, algunas del Valle de Chalco, La Paz y Nezahualcóyotl siguen creciendo en condiciones deplorables. Este asunto refleja muchas de las problemáticas nacionales actuales como pobreza alimentaria, desempleo, inseguridad, rezago educativo y múltiples riesgos a la salud. Muchas de las historias de estas casas a la orilla están inmersas en este caso, uno indigno y precario pero al que se han acostumbrado; la costumbre llega cuando ya no ves alternativas.
Sin embargo, y sorprendentemente, todo podría ser peor, sobre todo si al tener que vivir en condiciones de pobreza le agregas el hacerlo en un lugar peligroso, en un asentamiento irregular. Este es un tema que se desarrolla al continuar por el camino.
Si no me dan, que no me quiten. Pasos irregulares
Eduardo ya no recuerda su apellido, se le ha ido de la memoria junto con todos sus familiares debido a tantos años de drogadicción y mala alimentación; pasa ya de los 50 años y lleva casi cinco viviendo en este lugar. Su casa no cuenta con servicio eléctrico ni mucho menos con drenaje; el agua la toma de una manguera que a veces le prestan y la guarda en un tinaco donde, en lugar de conservarse, se contamina. La vivienda es de maderas, lámina de cartón y desperdicios. No tiene número, ni siquiera una calle; habita en medio de basura, a un lado del Canal de la Compañía.
La choza de Eduardo forma parte de los más de 120 mil predios irregulares del Estado de México; pero también, de los un millón 151,717 hogares en localidades de 2,500 habitantes o más, que se encuentran en situación de pobreza de patrimonio y no cuentan con escrituras sobre su propiedad, el Diagnóstico Anual de la Secretaría de Desarrollo Social (SEDESOL) sobre este tema lo sustenta. Los asentamientos irregulares se han convertido en la opción para que las familias en condiciones de pobreza accedan a un suelo para construir su vivienda; no obstante, esta condición impide que se goce en totalidad de los beneficios de un hogar.
El crecimiento poblacional acelerado, la migración interurbana, la pésima planeación de la ciudad y una falta de cultura de la legalidad, son factores que intervienen directamente en la formación de este tipo de asentamientos. Por otro lado, muchas de las colonias formadas bajo este concepto se han logrado por la actitud permisiva de parte de los ayuntamientos y autoridades competentes que no intervienen. Según un estudio realizado por UNAM-SEDESOL, en el 2006, “15 por ciento de la demanda de suelo no es atendida por el sector formal, por lo que se satisface a través de la irregularidad. Al menos 50 por ciento del área urbana actual de las ciudades mexicanas se ha desarrollado a partir de asentamientos irregulares.”

“La casa de los Chitos”. De palos, láminas de cartón y desechos se erige esta precaria vivienda que resguarda a dos indigentes, entre montones de basura y sin servicios básicos.
Eduardo y Rosita viven entre montañas de cascajo, basura, desperdicios industriales y a unos pasos del Canal de la Compañía; sobreviven de vender botellas de plástico, latas y otros reciclables. Tienen dos pequeños cuartos que apenas si se sostienen, una cama regalada donde también duermen sus perros, en una pared, pegados al techo, dos cuadros de la Virgen de Juquila están adornados por globos; en el suelo, trapos y zapatos viejos obstruyen el paso. En su “patio” se repite el paisaje.
̶ ¿Han intentado sacarte de aquí?, ¿el Gobierno te ha propuesto reubicarte?-, se le pregunta.
̶ ¡No!, hasta crees. Si el Gobierno no te da nada de a gratis, sólo cuando les conviene vienen a verme, pero después se les olvida. Las veces que me han quemado mi casa, hasta patrullas y ambulancias mandaron, pero ve, aquí seguimos-, menciona Eduardo.
“Viviendo entre escombros”. A la izquierda, parte de la casa de Eduardo y su tinaco donde guarda agua que se contamina con la lluvia; a la derecha, él, con su vestido y zapatillas sucias, sentado en el patio de su casa.
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Él no confía en los procesos legales, porque tampoco los entiende. Después de muchos años de rentar, se construyó su casa aquí, para él y para Rosita, sin importarle los riesgos. Ignora el proceso para otorgar una porción de suelo destinada a uso residencial que, según el Diagnóstico sobre la falta de certeza jurídica en hogares urbanos en condiciones de pobreza patrimonial en asentamientos irregulares (2010), consiste en cuatro pasos:

Pero no sólo Eduardo las ignora, ya que muchas empresas inmobiliarias y particulares parecen echar por la borda los requerimientos básicos y venden propiedades en suelo no apto para vivir, en zonas que ponen en peligro la seguridad y el bienestar de los habitantes. Como consecuencia, se tienen las múltiples casas inundadas ante el desbordamiento de canales, enterradas después del desgajamiento de cerros o en lugares inaccesibles.
El panorama no es alentador, ni siquiera para Eduardo que declara: “no espero ya nada. Sé que ya me voy a morir y no me voy a llevar nada, lo material se queda. Sólo quiero poder seguir protegiendo a mi Rosita”, su acompañante de toda la vida. Y así, se expresan muchas otras voces que viven en riesgo constante; con nulas esperanzas, pero defendiendo lo que es suyo, no por escrituras pero sí por antigüedad. “Si no me dan, que no me quiten”, un grito dicho y escrito entre suelos de tierra, techos de cartón, paredes de madera y sueños rotos.
Al final, cada paso dado en este recorrido recoge historias de la vida cotidiana, de personajes cuyo común denominador es la resignación, la costumbre que han encontrado ante la falta de una alternativa eficaz, de una acción eficiente del gobierno para proporcionarles más y mejores opciones para vivir, un entorno más limpio y seguro, una mejor calidad de vida. Pero aún hay quienes no aceptan esta determinación, quienes buscan soluciones, las proponen y las exigen. La corriente en el camino está muerta y sucia, mas la oportunidad de cambio subsiste, sólo hay que sacarla de entre los escombros.҂