"El Divo"
- Adán de la Cruz
- 30 ago 2016
- 3 Min. de lectura

Confieso que, a diferencia de la gran mayoría, no sentí nada significativo ni me conmovió enterarme el pasado domingo de la muerte de Alberto Aguilera Valadez, mejor conocido como Juan Gabriel.
De hecho, si se me permite la confesión, me valió madre. Alguien muy cercano a mí me ha dicho que trabajar en medios, que estar enterados de la muerte de tantas personas al día, te vuelve de una u otra manera insensible. Vaya, Juanga murió de causas naturales, cuando me ha tocado ver muertes horrendas. Al contrario, tras enterarme de su deceso, pensé que qué afortunado fue terminar sus días en paz, luego de haber hecho lo que más le gustaba: cantar y rendirse a su público.
Sin embargo, de lo que sí ha sido imposible escapar desde el día de ayer es de leer todas las opiniones, editoriales, columnas, publicaciones en redes sociales, memes y cartones acerca del Divo de Juárez. Fue imposible no salir a la calle y oír a la gente hablar de ello; de estar en la calle y ver negocios con la tele puesta en las transmisiones en directo; fue imposible no salir y en todos lados escuchar sus canciones. No ha habido otro tema en la agenda pública estas 48 horas que la noticia de la muerte del cantautor.
Sin embargo, por las razones descritas, por la convulsión y efervescencia que ha tenido nuestra sociedad, realmente no me ha valido madres la noticia. No puede valerte madres la noticia. Debo confesar que no me sé ninguna canción de Juan Gabriel, ni tampoco compraría un disco o escucharía ninguna playlist en Tidal; apenas me sé el coro de “Amor Eterno”, y si en una fiesta comienzan las rolas de Juanga, me disperso y quizá me salga de la reunión.
Pero no se puede ser indiferente a las expresiones de la gente, a cómo se ha unido, en nuestro país y haciéndose extensivo en Centroamérica, Estados Unidos y el resto de Iberoamérica, en un gesto homogéneo, llorándole a su ídolo, a su escritor, a su voz del alma.
Y no es para menos. Por mucho que no me gusten sus canciones, negar la relevancia que tiene me haría caer en un gran error. Vaya, Juan Gabriel tiene todos los elementos que la gente busca para la catarsis: el ejemplo de una vida dura, de venir desde abajo, de desafiar y romper con los estereotipos y visiones de una dura y cerrada sociedad, y una vida dedicada a –permítaseme el término- ‘yolear’. El mexicano encuentra en todos esos factores lo necesario para construir una imagen única, de Divo, casi como pedernal.

Juan Gabriel no es únicamente el ‘poeta’; no es sólo el cantante de las letras pegajosas y ritmos fáciles; es el alter ego de la gente, es la visión del lado cursi, protector, del cobijo del que ama. Es aquel en quien las luchas no se apoyan, pero con su autenticidad, con su carisma y talento, todas las causas se unen. Por eso todas las clases, sectores, regiones y personalidades se pueden reunir y cantar bajo un mismo sentimiento algunas de sus canciones.
Mucho se ha dicho ya del nacido en Parácuaro; de más está decir que se fue ‘el más grande’, pues eso dijeron de Agustín, José Alfredo, Lola, Joan, y seguramente dirán de Vicente. Sin embargo, no habrá nadie más en nuestro país, no hay otro elemento de identidad tan fuerte, como el que deja este cantante. Recuérdenlo como más les guste, y sigan construyendo de su repertorio musical, de sus legendarios conciertos, de sus polémicos videos, de sus divertidas declaraciones, y del legado de su personalidad, una piedra sobre la cual seguir basando la identidad nacional.