"Ya lo estamos viviendo"
- Adán de la Cruz
- 16 ago 2016
- 2 Min. de lectura

Todos los que hemos pasado por un curso de historia, sin importar el tipo de texto u orientación que persiga, hemos visto en el estudio del pasado de la humanidad y de las sociedades humanas, así como los acontecimientos que han cambiado el sentido de las personas que hoy nos encontramos con vida.
Así, hemos adherido en nuestra vida el entendimiento de hechos, mismos que, tan sólo con recordar el año, familiarizamos de inmediato: 2 millones de años, 10 mil años antes de Cristo, el año 0, el año 33, 1521, 1945, 2001, y demás números que en automático asociamos con los paradigmas de la trascendencia humana.
Tal como diría Isabel Allende en el extraordinario Cuentos de Eva Luna: “hay toda clase de historias (…) existen unas tomadas de la realidad y procesadas por la inspiración, mientras otras nacen de un instante de inspiración y se convierten en realidad al ser contadas”.
Refiero esto porque cuando se nos ha enseñado (bien o mal es otro debate) sobre comprender la historia, recreamos lugares, pasajes, fechas, firmas, y demás constituciones que han moldeado los gustos, preferencias, identidades, sentires, así como valores y nuestra concepción de justicia. Gracias a lo que hemos estudiado sobre lo pasado, formamos modelos e ideales de conducta y aprendemos moldes, así como nos nace la admiración por aquellos que forjan la historia. Y creemos no únicamente que es irrepetible, sino que lo pasado no tiene parangón.
Así, tenemos historias y apasionados de la historia. Algunos se apasionan tanto, que creen que lo pasado fue mejor, que lo pasado permea a tal punto de ignorar el día a día. Y no es así.
Los que hemos empezado a estudiar en los últimos años historia (desde cualquiera de las disciplinas, no necesariamente ciencias sociales o humanidades) hemos sido víctimas de todo lo anteriormente descrito, y quizá se nos ha enseñado a ver el pasado, dada la credibilidad con la que se ha escrito, como aquello que no perdona, como aquello que dejó furia, coraje, valentía y destreza, como lo místico que no podremos nosotros vivir.
Nada más cierto que eso. Al momento de estar pendientes en lo que vive nuestro mundo, al momento en que en la prensa se escribe el día a día, al momento que tomamos las decisiones más importantes de la sociedad, y al momento que tratamos de conectarnos con nuestra sociedad y tratamos de buscar más allá del bien individual, estamos haciendo historia.
El análisis de nuestro presente no se da en el futuro; se da ahora. Pensemos que el siglo XXI no se ha configurado a partir del 2000 en México, o en septiembre del 2001 en el mundo; se está haciendo ahora. Los momentos que hemos visto en los últimos meses, los hechos, dolores, desastres, tragedias, incendios, ataques y atentados, así como los avances, inventos y mejoras, están configurando ya este siglo, y forjarán la conducta de las generaciones que han crecido.
Lo que vivimos hoy en día, lo que vemos en nuestros diarios, es lo que hará que, al final del siglo XXI, nos haga llegar a una nueva era. La historia ya la leímos, ya la analizamos, y, con muchos esfuerzos, ya la aprendimos. Pero el presente, ese igual irrepetible, sin parangón, y con gran brío, ya lo estamos viviendo.
