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"Xquixhe'pe látu'"

  • Alberto Ortíz
  • 11 ago 2016
  • 2 Min. de lectura

Su nombre era Jacinto Canek. Él me enseñó a amar a la madre Tierra, valorar la riqueza espiritual y a luchar. Nunca lo conocí, pero sus memorias me llevan a aquel siglo XVIII en el que protagonizó una rebelión en la península de Yucatán.


Desde entonces a la fecha, muchas Jacintas y muchos Jacintos han luchado contra las injusticias, carencias y discriminaciones por el hecho de ser indígenas.


De acuerdo con datos del Censo Poblacional de 2010, en nuestro país existen alrededor de 16 millones de indígenas. Este pequeño universo es el más vulnerable ya que padece de pobreza extrema, falta de educación y sus idiomas están en peligro de extinción. ¿Por qué? Porque desde hace décadas tienen que migrar a las ciudades por la falta de empleo en sus comunidades. Para comunicarse y no ser objeto de burlas, tienen que hablar el español; y ello trae consigo el desuso y pérdida de los idiomas originarios de México.


A propósito del Día Internacional de los Pueblos Indígenas, he de decir que les hemos fallado. Y lo hemos hecho porque continúan sus carencias.


Continuamos culpándolos de secuestrar a elementos de seguridad del Estado; les negamos el acceso a ser partícipes de la vida política de nuestro país; persiste la burla y discriminación; les impedimos el acceso a la justicia y a llevar un juicio en su idioma original; no hemos sabido valorar y dimensionar su riqueza oral, escrita, gastronómica, medicinal y tradicional.


“Si yo fuera diputado”, como se titula una cinta de Mario Moreno “Cantinflas”, legislaría para que así como es obligatorio la enseñanza de un idioma extranjero en los niveles básico y medio superior, ello debería ser aplicable para el aprendizaje de las 11 familias lingüísticas indígenas que tiene nuestro país.


Qué dicha sería poder “turistear” en alguna región nacional y parlar con un integrante de un pueblo o comunidad indígena alguna variante de las familias Álgica, Cochimí-yumana, Chontal, Huave, Maya, Mixe-zoque, Oto-mangue, Seri, Tarasca, Totonaco-tepehua o Yuto-nahua.



¿Seremos tan ingratos para enterrar nuestro pasado pluricultural y lingüístico para creernos una sociedad de “vanguardia”? ¿Algún día dejaremos de ver a los pueblos y comunidades como minimuseos que elaboran artesanías “caras” y que regateamos un mejor precio? ¿Continuará nuestra ceguera ante sus problemáticas?


No vayamos muy lejos; en nuestra Ciudad de México contamos con integrantes de pueblos y comunidades indígenas en Milpa Alta, Xochimilco y Tláhuac. ¿Y acaso ellos tienen un espacio de representatividad? Y a propósito del Constituyente de la Ciudad, ¿cuántos de ellos lograron un lugar?


A modo de ofrenda literaria, reconozco y valoro las batallas que han realizado las Jacintas y Jacintos de México. Aunque no puedo escuchar a Canek, él ha sido maestro de múltiples enseñanzas y guía para continuar la lucha por recordar que todos, sin distinción, somos indígenas.


Por ello, a Jacinto Canek, a mis maestros y amigos: xquixhe'pe látu' (muchas gracias en zapoteco).

 
 
 

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