"“No le debo nada a nadie”: los competidores que somos"
- Adán de la Cruz
- 9 ago 2016
- 5 Min. de lectura
Bien dicen los expertos que el deporte y sus deportistas son el reflejo de cada país. Así encontramos países altamente desarrollados con competidores que cumplen esa misma característica, y países que milagrosamente ven alcanzada una satisfacción en competencias de alto rendimiento. También vemos, a lo largo de la historia, a atletas que son capaces de hacer las grandes hazañas, que son capaces de conquistar medallas, batir récords y forjarse como leyendas, demostrando que el camino a ser un astro no es solo de la mano de la preparación física, sino también resultado de la preparación mental.
En nuestro país, desafortunadamente (porque qué bueno sería que fuera de otra forma), la relevancia de la participación de la delegación mexicana en Río 2016 ha pasado por la desacreditación que han tenido los atletas (culpa suya, en su gran parte) con respecto a los resultados obtenidos (al cierre de la jornada del lunes, ninguna medalla) y principalmente por la forma que han mostrado la aceptación de la derrota. Ello ha abierto un interesante y nutrido debate en redes sociales sobre la preparación emocional que reciben los atletas y el papel que tienen los aficionados en el desempeño de los competidores.

Primero fue la arquera Aída Román, una gran promesa de medalla para el certamen olímpico. Luego de perder en equipos (con Gabriela Bayardo y Alejandra Valencia) en Cuartos de Final contra su similar de China Taipei, la irregularidad mostrada logró que las asiáticas le dieran la vuelta al marcador y con ello eliminar a las mexicanas de toda aspiración de medalla. Un día después, Román, en solitaria, se enfrentó a la moldava Alexandra Mirca, siendo derrotada en el encuentro que significaría el pase a Dieciseisavos de Final, por lo que se fue de Río con las manos vacías.

Nadie cuestionaría el paso a Román, quien venía de ser medalla de plata en Londres 2012, si no fueran por las desafortunadas declaraciones que ofreció el día domingo tras la derrota. Cuando un reportero de la cadena ESPN le preguntó si se sentía presionada, ella (des)atinó en decir: “No lo sé. Soy Aída Román, no le debo nada a nadie”. En declaraciones posteriores, echó la culpa de su derrota al viento y a las gafas que tenía puestas, y concluyó que no tenía por qué sentirse mal por su actuación.
Los deportistas no escapan a muchos de los padecimientos que tenemos los mexicanos, hay que reconocerlo. También, como muchos en muchos sectores y como cualidad de nosotros humanos imperfectos, se olvidan que el triunfo no es algo individual, sino que las familias, amigos, entrenadores (maestros), compañeros de equipo (trabajo), y quienes sustentan, pagan viajes, patrocinan, e incluso la gente que se vuelve seguidora, tiene mucho que ver en el éxito de una persona. Por lo tanto, las palabras que nosotros pronunciamos (conscientes o “al calor” de una adversidad) son reflejo del entorno en que nos conducimos y de cómo asimilamos las experiencias de gozo y apremio.
En un segundo caso, tenemos al taekwondoin Uriel Adriano. Este deportista de 26 años, quien fuera campeón mundial de Taekwondo en 2013, por una serie de lesiones y malos resultados en las etapas clasificatorias, se ha visto impedido de ser parte de la delegación mexicana que compite en Río 2016. El pasado lunes decidió compartir a través de su cuenta de Twitter un mensaje donde criticó a todos aquellos que exigen a cada atleta que participa en los Juegos Olímpicos.
En un primer mensaje, Adriano escribió: “Gente que se cansa subiendo las escaleras y le exige oro a cada atleta que participa en los Juegos Olímpicos #nomamar”. Luego de la gran cantidad de comentarios que recibió por este mensaje, una hora después emitió un segundo mensaje señalando lo siguiente: “soy un atleta que siempre le pongo huevos a lo que hago y personalmente me exijo al cien. Pero quien soy para denigrar al otro? [sic] Fin”.


Sin lugar a dudas, el comentario despertó diversas críticas en su contra, y deja como conclusión que emitió un mensaje de la manera equivocada. El caso de Aída Román parece encajar en lo mismo. Ambos deportistas han creído que sus resultados no pueden desestimarse ni ponerse en juico pues la afición y quienes costean el viaje (por lo tanto, a quienes se deben) no viven su ritmo de vida ni se dedican a lo mismo, y por lo tanto no reúnen los requisitos necesarios para “exigir” algo tan vital en el deporte como el anhelo de triunfos del seguidor. Cabría preguntarnos: ¿Nosotros los aficionados no vemos, seguimos e incluso viajamos por el anhelo de ver ganar a nuestros deportistas favoritos? ¿No justo el ídolo se forja tras cumplir y superar las expectativas?
Como quizá un síntoma de la imperfección del ser humano, es difícil asimilar la derrota. Tendemos a creer (y culpar) que las condiciones, destino, suerte o disposiciones divinas juegan en contra nuestra, que “todo pasa por algo” y que hay que irse alegre por haber dado el máximo. Son acepciones muy válidas, pero que a veces en el discurso (baste ver cualquier final de cualquier competición de cualquier disciplina), terminan siendo lugares comunes.
El caso de México es uno perfecto de lo anteriormente mencionado: en el desfile de atletas mexicanos que han visto su suerte en Río, todos han declarado prácticamente lo mismo: que se dio todo de sí pero que no se dieron los resultados esperados, que así es la grandeza de los juegos olímpicos y que se van contentos por haber dado el máximo. Sin embargo, tras los resultados vistos en comparación con lo esperado (4 años), a los espectadores y seguidores naturalmente nos vienen las siguientes preguntas: ¿van al mismo psicólogo deportivo? ¿Nosotros como consumidores de los contenidos deportivos, somos felices escuchando frases predispuestas, programadas, refritas? Y, últimamente, ¿por qué el mexicano que compite (ponga el certamen y disciplina que guste) parece que se está acostumbrando a caer en estos lugares comunes?
Al final, solo queda la siguiente conclusión: las palabras también reflejan la actitud. Es indudable que a los deportistas mexicanos en Río 2016 les ha faltado ese espíritu competitivo que haga romper para ir más allá, que les impulse a dar el extra que muchos históricos dieron y pusieron como parangón, y sobre todo, les ha faltado una mayor conciencia sobre la importancia de trabajar en la inteligencia emocional no solo en la competencia, no solo en la preparación previa, sino también en la forma de asimilar los resultados y las consecuencias de sus acciones. Mismo caso, mismas preguntas, misma reflexión aplica a todos nosotros los que no somos deportistas.
¿A ustedes qué opinión les merece los comentarios de los atletas mexicanos sobre sus resultados? ¿Consideran que es un reflejo de nosotros los mexicanos, es un reflejo de las políticas públicas, o simplemente es un reflejo de su personalidad?