"La tragedia de los animales"
- Adán de la Cruz
- 2 ago 2016
- 3 Min. de lectura
En los últimos años, una de las propuestas que resultó más significativas para el Partido Verde Ecologista de México fue la de proponer circos sin animales, considerando a las carpas como espectáculos donde extraen animales de su hábitat natural, obligados a vivir la mayor parte de su vida encadenados y dentro de pequeñas jaulas en condiciones de hacinamiento y bajo castigo físico.
Así, luego de interesantes negociaciones (que tampoco se pueden considerar exitosas), se lograron modificaciones a la Ley General de Vida Silvestre, con el que se prohibió el uso de cualquier tipo de animal, ya sea silvestre o doméstico, en espectáculos circenses.
La ley obligó a los circos a presentar ante la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) una base de datos que incluía el número y características de los ejemplares de vida silvestre con los que contaban. La idea era que dicha base de datos estuviera a disposición de los zoológicos del país para que se pudieran elegir a animales susceptibles de ser integrados a su colección, y aquellos que no fueran elegidos, fueran entregados a Centros de Conservación e Investigación de la Vida Silvestre.
Así, desde julio del año pasado, como generalmente sucede en leyes que implican afectar establecimientos de antaño o afectar valores éticos, se vive en la sociedad una polarización, alentada por un lado por grupos circenses, y por asociaciones protectoras de animales, por el otro. Los primeros argumentaron que una de las partes más atractivas de su negocio (un negocio alicaído) podría verse arrebatado y correrían el riesgo de la quiebra; el segundo grupo señalaba que los animales allí eran maltratados y que se debía evitar el sometimiento, el hambre y el miedo.


El gran problema es que la Semarnat nunca tuvo claro la cantidad exacta de animales que debían ser reubicados, y por ello la dependencia federal encargada tuvo que quedarse de brazos cruzados; no fue efectiva la política pública designada para poder, primero, contabilizar los animales, y segundo, para obligar a las empresas circenses a acercarse a las autoridades e informar de las especies y así designarles un buen destino.
Así, ante la imposibilidad de colocar a todas las especies en sus hábitats naturales, se ha vivido una de las peores crisis en el manejo de biodiversidad en la historia de México. En días recientes se dio a conocer que prácticamente el 80 por ciento de los animales de circo se encuentran muertos, y el resto, o permanecen con los cirqueros, o se encuentran en manos de traficantes, coleccionistas privados, taxidermistas o bien ya “hechos tapete”. Y estos datos sólo son de los mil 298 animales que se lograron contabilizar, que por supuesto no son las cifras totales.
Cabe recordar que otro error en las disposiciones contempladas fue que la Semarnat, en sus facultades atribuidas, sólo tenía la obligación de censar a los circos y darle seguimiento al destino que tendrían las especies. Sin embargo, dicho seguimiento era para vigilar que no estuvieran dando espectáculos circenses, por lo que la venta y el destino de animales quedaron en manos de los propietarios de los circos.
En conclusión, los animales, quienes iban a ser protegidos de maltrato, quedaron sin protección oficial; la disposición de que ningún circo debía ofrecer animales fue aplicada sin pensar primero si habría santuarios suficientes para albergar a los animales de circos, sin pensar también en el comercio ilegal de especies, y sin pensar en la reinserción de animales de cautiverio. Una ley pensada en la protección de los animales, al final terminó siendo una tragedia en todos sentidos: una tragedia económica que repercutió en las familias de circos, y un ecocidio de proporciones históricas.
Al final, si algo tuvo de efectivo esta ley (quizá lo único), es que en México las empresas circenses se han visto obligadas a diversificar sus espectáculos y brindar nuevos actos ya sin la participación de los animales. Fuera de eso, esta ley tampoco ha hecho que la ciudadanía sea más consciente de la importancia de las especies en los ecosistemas, no ha hecho que la gente sea más sensible en cuanto a la adopción de animales, ni ha generado una responsabilidad por cuidar los hábitats ni ha reducido la venta ilegal de especies exóticas. Una verdadera y funcional ley general de vida silvestre hubiera ido más allá de los circos, y hubiera atendido problemáticas más relevantes en el sector.
