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"ENTRE MI DERECHO Y TU TRANQUILIDAD"

  • Rubén Flores
  • 2 ago 2016
  • 2 Min. de lectura


En la Ciudad de México vivimos en constante conflicto por las movilizaciones que se tienen en la zona, esto derivado de ser la sede de los tres poderes y punto neurálgico del país.


La protesta ha dividido la opinión pública; por un lado los que las apoyan, y, por el otro, los que las detestan, pero, ¿qué lleva a las persona a manifestarse?


En nuestro contexto, las personas se ven orilladas a manifestarse no con el afán de perjudicar a sus conciudadanos, sino por la imposibilidad de lograr, en el cauce de las instituciones, justicia, seguridad y representatividad la satisfacción de sus demandas.


Lamentablemente, con el colapso institucional y la implantación de un modelo neoliberal, el Estado ha pasado de ser desactivador de conflictos a generador de descontentos, pues desde sus más altas instituciones, se impulsa una política de desprecio a la critica y exigencia de los gobernados.


Tengamos en cuenta lo importante que han sido las manifestaciones para la historia de nuestro país y las cuales cambaron el rumbo de muchas generaciones.


Ejemplo de ello están las movilizaciones de los estudiantes en el 68, el cual dio lugar a uno de los episodios más obscuros en la política mexicana de todos los tiempos, pero también tenemos el famoso #YoSoy132, el cual se convirtió en el motor de un ciclo de protesta a nivel nacional, cuyo epicentro fue la Ciudad de México y dónde más fuerza pareció tener.


Los medios de comunicación juegan un papel importante en la evolución o extinción de las manifestaciones, ya que así como condenan, inflan. Así seguirá pasando mientras el cuarto poder siga vigente. Aunque por la ventana ya se asoman las nuevas tecnologías y las redes sociales, éstas se han convertido en herramientas excepcionales para la crítica masiva.


Sin duda, las sociedades se irán adaptando a las posibilidades que tengan para expresar su inconformidad, pero, sin una verdadera organización, poco trascenderá, y las soluciones no llegarán de las personas que provocaron el conflicto y la inconformidad.


Hay sectores pasivos, donde el conformismo y la comodidad los mantiene inmóviles ante atropellos y corrupción, pero también hay quienes desde la organización horizontal se movilizan en un intento de detener la devastación y arrogancia de quienes son incapaces de presentar soluciones.


Resulta lamentable y contraproducente que ahora se busque incitar el repudio social hacia tales formas de lucha y resistencia, sobre todo cuando quienes llaman a condenar y reprimir a los manifestantes son los mismos responsables de las decisiones oficiales que han provocado los descontentos.


No perdamos de vista que las manifestaciones tienen por objeto mostrar preocupación pública por una causa, es decir, la opinión de un gran número de sectores de la sociedad.


Teniendo en cuenta lo anterior, sabemos que la protesta no tiene como fin perjudicar a terceros, sino hacer notar una inconformidad que por otros medios es imposible darle cauce.


Pero seamos conscientes que la protesta debe notarse e incomodar, que desde ahí viene el origen de su éxito.


No hace falta decir que los manifestantes deben de ejercer su derecho consagrado en el artículo sexto constitucional, sin violencia y respeto a quienes, como ellos o nosotros, también padecen los mismos problemas.


Efectivamente, las protestas son un síntoma de los países enfermos.

 
 
 

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