"Centroamérica y la otra riqueza"
- Patricio Patiño
- 27 jul 2016
- 3 Min. de lectura

Estuve una semana en Costa Rica, en las costas del Pacífico. En una zona rural relativamente protegida, con mucha vegetación y abundante fauna local. En este país se cuida mucho a la naturaleza, pero se margina a la población.
Rodney, nuestro guía nativo, nos comenta que la vida es costosa y difícil, pero eso no les roba los ánimos a sus compatriotas. Él estudió humanidades (como un servidor), pero terminó desarrollándose en la industria del turismo, con éxito solvente. La clave es atender a los nuevos con una sonrisa y de la mano de una amplia cartera de ofertas.
Apenas llegamos a la paradisiaca Villa, en mitad de las montañas y con vista directa a una de las muchas playas vírgenes, nuestro nuevo amigo nos ofrece un amplio abanico de las virtudes de su país. Desde el avistamiento de cetáceos hasta el ascenso de árboles centenarios, esta tierra centroamericana se encuentra llena de sorpresas y actividades.
A diferencia de nuestro país, Rodney comenta que el narcotráfico es efectivamente limitado. Sólo porque los políticos pueden robar mejor haciendo uso de otros mecanismos. Un servidor intuye que la prioridad es gravar el turismo y la explotación de algunas materias primas (frutas, aceite de palma, maderas finas): vivir a costa de esa "sociedad civil" con capacidad económica y preocupada por su entorno.
Es a través de esta última que diversas reservas ecológicas y parques nacionales pueden salir adelante, pues también se alcanza a ver que el recurso público que se destina directamente a ellas es escaso. Muchas agrupaciones se encargan de conservan la amplia biodiversidad nacional, así como la sustentabilidad de la vida humana, en cooperación con algunos grupos originarios.

Debido a estas alianzas se han echado a andar proyectos sustentables que generan los ingresos necesarios para mantener una vida tranquila y sin demasiadas complicaciones en medio de la selva. La misma naturaleza es abundante, los conocimientos originarios son vastos, y el carácter de los ticos es propenso a la bondad y la cooperación. Esta combinación hace que a los extraños no nos sea difícil acostumbrarnos.
Basta una breve estancia en el lugar para encontrarse con la más diversa flora y fauna tropical. No es raro mirar colgados monos y perezosos, u oír el canto de tucanes y zopilotes. Y si ha sido un día lluvioso, ranas y sapos no se hacen esperar. Igualmente suficiente resulta un corto periodo para percatarse de la generosidad de los lugareños. Aunque muchos tienen poco y pocos tienen mucho, nadie es tan pobre como para no ofrecer lo mejor de sí.
Sin embargo, Rodney me asegura que eso sólo sucede en las localidades de la costa. En San José, ciudad capital situada más o menos al centro de la geografía nacional, los habitantes tienen una fama un tanto menos afortunada. Nuestro guía nos advierte que esa ciudad es una jungla de concreto, donde no sería difícil que alguno de los locales se aprovechara de nosotros.
Su descripción coincide con las de la mayoría de las grandes urbes latinas (aunque su capital tenga menos población que Iztapalapa). Ciudades donde la desigualdad, el estrés y el malestar es tal que cualquiera esta dispuesto a todo para asegurar su supervivencia. En este contexto, encontrarse con ingenuos turistas es una oportunidad inmejorable de hacer dinero fácil. Lamentablemente no estuve en la capital más que para conectar el vuelo de regreso a nuestra propia versión de la jungla, por lo que no pude confirmar ni contradecir esta versión. Pero tiene sentido.
También alcanzamos a ver la razón más grande de la miseria mayoritaria, en contradicción con la amplia riqueza cultural y natural. La comida no es barata, la vivienda tampoco, los servicios suelen ser igualmente costosos. El Estado reclama amplias tajadas, y se alcanza a ver que existen pocos proyectos de transformación. Aun así, el calificativo más justo para aquella vida no sería otro que paradisiaco. Dudo mucho que algún tico quisiera contradecirme. Como dicen ellos: pura vida.
