"¿ESTAMOS CONTENTOS CON LA DEMOCRACIA EN MÉXICO?"
- Pilar Rosas
- 26 jul 2016
- 3 Min. de lectura
El pasado 18 de junio sucedió un hecho inédito: el Jefe del Ejecutivo pidió una disculpa pública en el margen de la promulgación del Sistema Nacional Anticorrupción. Esto por la “indignación” del pueblo mexicano luego de que una investigación periodística sacó a la luz la denominada “Casa Blanca” perteneciente a su esposa, Angélica Rivera y construida por Grupo Higa, una de las empresas que ganó la licitación el tren México–Querétaro (aunque posteriormente le fue revocada) e hizo importantes obras cuando él era gobernador.

“Reconozco que cometí un error, con toda humildad pido perdón por la indignación que les causé”, dijo Peña Nieto, a la par que se dijo cada más comprometido con la lucha contra la corrupción.
En días recientes, el Ejecutivo lanzó sus videos titulados “1 minuto con EPN”, en donde se puede ver a un presidente en playera blanca y shorts negros mientras se ejercita en su caminadora y habla sobre la importancia del ejercicio y una dieta balanceada en nuestras vidas cotidianas. Es evidente que estas acciones demuestran un cambio en la retórica con el fin de mostrar a un presidente más cercano y sensible con las y los ciudadanos. ¿Harán que los mexicanos confiemos nuevamente en nuestras instituciones y en las autoridades que nos representan?
A dos años para las elecciones del 2018, los índices de desaprobación están en su punto más alto desde 2002 con la administración de Vicente Fox, en donde el 41 por ciento no aprobaban las medidas tomadas por el Ejecutivo; Felipe Calderón llegó a 38 por ciento y el actual mandato – hasta junio del presente año – cuenta con un 69 por ciento de desaprobación. De igual forma el Jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, se encuentra en el punto de mayor desaprobación durante su mandato. Las encuestas muestran que cuatro de cada 10 capitalinos (39 por ciento) aprueba las acciones del mandatario, mientras que un 60 por ciento desaprueba su trabajo. Esto según datos del INEGI.
¿En qué estamos fallando? ¿Nuestras instituciones están atravesando una crisis de confiabilidad? ¿Es una derrota de la democracia?
La democracia, vista desde su más puro origen, es un sistema ideológico–político en donde los ciudadanos ejercen el poder mediante la libre elección de sus gobernantes. Basa sus principios en la mayoría y en los derechos individuales, los cuales dan pauta a la defensa de derechos humanos básicos como la libertad de expresión, de culto, participar en la vida política, entre otros.
Es por tanto que podría hacerse el supuesto de que los gobiernos democráticos inspiran mayor confianza porque su legitimidad emana del pueblo. No obstante, la confianza de los gobernados hacia sus gobernantes deriva de una similitud de intereses, lo cual lleva a los ciudadanos a evaluar si el gobierno cumple eficientemente con sus tareas y de esta manera, crear un grado de confianza –aunque sea mínimo– en sus representantes.

Una de las características más importantes de la democracia es la existencia de mecanismos de participación ciudadana en los procesos políticos y sociales del país. La participación ciudadana depende del rol que tome la sociedad en los aconteceres de la vida política. Sin participación, la representatividad pierde su razón de ser. Aristóteles argumentaba que el hombre es un ser imperfecto en constante búsqueda de la comunidad para sentirse completo, por tanto el hombre es naturalmente político.
Según el informe de Latinobarómetro 2015, el apoyo a la democracia está sumamente ligado a la aceptación y conformidad con la democracia. Mientras que en América Latina 37 de cada 100 se dicen muy satisfechos con la democracia, en México sólo está satisfecho uno de cada cinco (19 por ciento), el nivel más bajo. Dejando atrás a países como Guatemala, Honduras, Nicaragua y Brasil, países en donde las olas de violencia y movilizaciones son una realidad diaria.
La promulgación de leyes que ataquen uno de los principales problemas que aquejan al país –la corrupción– nos da un panorama más alentador sobre el futuro de nuestras instituciones y la confianza que se ha perdido a lo largo de los sexenios. Es nuestro deber el conocer que nuestra participación va más allá del voto, es un aspecto de nuestra vida diaria, para de esta manera cambiar las condiciones de injusticia e impunidad en nuestro país.
