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"NOCHE SAGRADA EN LA PURÍSIMA, AMÉN"

  • Andrés Sánchez
  • 10 jun 2016
  • 6 Min. de lectura

Es una dama trans y le dicen “La Purísima”, así se hace llamar desde que llegó a la calle República de Cuba invitando a todo mundo, sin distinción, a bailar, cantar, beber, enamorarse, olvidar, perder y ganar en ella.

Cuadros de San Martín Arcángel y del Sagrado Corazón sobre sus paredes, candelabros de cristal que asemejan costosos diamantes cubiertos de boas con plumas rosas, cruces enormes cubiertas de cuadros de espejo al puro estilo de bola disco como sus aretes, bustos de la Virgen de la Concepción detrás la barra y luces de múltiples colores repartidas por todo su cuerpo, dejando muy poco espacio a la oscuridad; volteas de un lado a otro y distingues a un San Antonio de cabeza… no, esta dama no es una iglesia.

Resulta increíble reconocer su personalidad; el ambiente puro y santo se torna sacrílego, blasfemo, profano: las imágenes religiosas conviven con una película pornográfica que se proyecta en dos pantallas pero que casi a nadie interesa; letreros de luz neón y otros colores decoran los alrededores y advierten sobre algunas de las exigencias para estar en este lugar, “Pare de sufrirts” y “En este baño está prohibido mamar”.

Hombres besando hombres y mujeres besando mujeres, claro, los más inocentes, porque las caricias, apretones y manoseos también son parte de la eucaristía; hasta el momento cuentas tres sujetos sin playera y dos mujeres con el torso descubierto. Son las ocho de la noche y el ambiente apenas se consolida.

̶ Sí, wey, es un lugar gay, pero aquí hay de todo, contesta Irving a la duda de por qué había un hombre y una mujer besándose entre tantos gays que ni se inmutaban. Eso agregaba más al sinsentido del lugar: la amistad, el amor o lo que sea rompen las barreras de lo sacro y santo para el derroche de la pasión; manos van y manos vienen al ritmo de Toxic en voz de Britney Spears, para parar en los hombros de la persona de enfrente, en su espalda o en el abdomen de uno mismo mientras se frotan la ropa sensualmente.

Individuos, grupos de amigos, parejas de enamorados, amantes o en proceso de serlo; cada hombre, cada mujer; cada gay, lesbiana, “buga” y “vestida”; cada uno en su propia burbuja de éxtasis pero todos sintiendo el ritmo de las canciones que suceden sin límite de época o género: pop en español, en inglés, electro, rock, hip-hop y reggaetón. Unos las bailan, otros las cantan con cerveza en mano y algunos más sólo se abrazan, besan y recorren sin barrera de espacio o tiempo.

A un lado, un chico de pantalón negro y camisa a cuadros verde claro, entallada y con los primeros dos botones desabrochados se besa con otro que viste pantalón gris de vestir y una camisa blanca, igualmente pegada al cuerpo y abierta para dejar pasar el aire; se besan, pero no por mucho tiempo, porque luego el primero se da la vuelta para repetir el proceso con el que está detrás de él, uno de mayor edad con el que ha estado bailando desde que llegó. Y así, repiten el proceso unas tres o cuatro veces, aprovechándose los labios antes de que se sequen.

Las luces cambian con el ritmo de la noche, insulsas y atrevidas recrean una visión adrenalínica que te levanta cada uno de los vellos; este viaje mental se ve interrumpido por el apretón que me da uno de los tres chavos que me acompañan; está nervioso e impactado: por la entrada va pasando su exnovio y viene acompañado de su respectiva nueva pareja; no quiere que éste lo vea con su nuevo novio porque, para variar, se conocen. Es un momento incómodo pero decide no temer: él siempre ha terminado bien con sus ex y no tiene nada que esconder. Aquí nadie esconde nada, no hay espacio para la moral ni para la vergüenza.

Una chica- que debajo de su ropa de cuero y lentejuelas, detrás de su labial y sombras sigue siendo un chico- baila apasionadamente en un tubo al centro de la pista, demuestra su flexibilidad y sensualidad junto con otros dos hombres que se le suman. Bailan pegados unos a otros, se acarician y provocan ante la mirada de algunos impávidos que los animan. Encima de la barra de bebidas, otra le hace la competencia luciendo un diminuto vestido negro que se pega con el sudor y resalta sus bien formadas curvas; muchos ojos están sobre ella, de heterosexuales y de homosexuales que se maravillan por su excelente cadencia y movimiento de caderas.

̶ ¿Qué te pasa, pendeja; por qué me pones el pie, culera?, dice una mujer de cuerpo grande y boca florida, conocida como Paty. ̶ Yo no te puse ni madres, pinche ebria- contesta a la defensiva Ulises mientras hace cara de asco. Un guardia calma el acto y deja con ganas de pleito a Paty, a quien ya se le ha hecho costumbre imaginar insultos, pisotones, metidas de pie y empujones contra ella; se le ha hecho costumbre llamar la atención que estando sobria no recibe. Ulises sigue bailando y se ríe del momento: el efecto de una pastillita le provoca gracia por todo.

Rodrigo, otro acompañante, comparte el trance y empieza a sentir con mayor intensidad. La música le penetra la piel blanca y le sale por los poros llenos de sudor, sudor perfumado que huele a Nautic, alcohol y a un momento de intimidad en el baño. Parece transportarse a otro plano en su mente pero de pronto regresa, abre los ojos y mira hacia los lados: siente una mirada penetrante y lasciva que se acerca, una mirada que se convierte en voz que susurra ̶ Me llamo Irving, pero con gusto dejo que me cambies el nombre-, Rodrigo sonríe burlón cuando ve el anciano cuerpo que le extiende la propuesta. Irving tiene voz de 20, se viste como de 25, pero tiene 50.

Como él hay muchos otros: maduros que recién comienzan su vida homosexual, los que ya tiene vasta experiencia en el ramo u otros que no están seguros y sólo van a probar de quien se deja, de quien les acepta una cerveza de cortesía, quizá un cartón o un Perla Negra; también los hay menos viejos, treintañeros que se olvidan de asuntos de oficina, se quitan el saco y la corbata y le cumplen la fantasía a uno que otro aficionado a los “sugar daddies”; los recién entrados a la edad legal son los más, los que ya pasan de los 20 también, son carne fresca que se marina entre traspiración y alientos múltiples.

Ya son las 10 y no cabe ni un alma, pero eso no es impedimento para que la “Drag Queen” en la entrada siga recibiendo a todos los que vienen a “misa” a la Puri, mientras los guardias los esculcan de pies a cabeza para evitar accidentes: quizá un crimen de amor, de celos o de frustración se puede hacer presente en tan inmaculado lugar. Unos se van y otros recién empiezan; llegan solos y se van con pareja, a veces hasta dos.

El exceso de humanidad te obliga a buscar un lugar más despejado, subes las escaleras y llegas al segundo piso, la Sacristía. Parece más exclusivo y menos atiborrado, la dinámica de la gente no es muy distinta a la de abajo, pero al menos funciona como respiro. Intentas ir al baño a refrescarte y miras rostros agitados y acalorados, pero la fila es inmensa. No es que alguien esté enfermo de sus entrañas o que se hayan quedado dormidos, simplemente a un par de sujetos se les acabó el aguante y se están dando amor ahí dentro; los que esperan formados tampoco pierden el tiempo, un beso de vez en cuando aminora la espera; otros sólo observan.

Son las 11 y al regresar abajo el panorama se ha transformado, aunque en esencia es el mismo. Un par de “Drag Queens”, de pelucas llamativas en rojo y morado; una con un leotardo de estampado animal y zapatillas de plataforma que la acercan al cielo, otra de corsé morado, medias de red sostenidas por ligueros y también plataformas moradas de tacón delgado, dan cátedra de sensualidad y pasarela de tacones mientras suena Donatella de Lady Gaga, mueven su cuerpo, sacuden la diamantina de la piel y se muestran excelsas, todas unas divas en ropa de cabaret.

La gente sin camisa comienza a multiplicarse, el exceso de alcohol comienza a manifestarse en uno que otro y se ha perdido la cuenta de los besos que se han dado esta noche. La fiesta y la emoción no se quieren extinguir, casi la una y las bendiciones no se acaban. Lesbianas, gays, heterosexuales, travestis, transexuales, bisexuales, desubicados, tanta diversidad que convive dejando atrás los tabúes, los estereotipos y los odios; cada uno encuentra su espacio, su ritmo, ligue, su canción. O respetas o te vas, la fobia es el único pecado.

La misa está por terminar, al menos para ti; ya te han bautizado en este rito sin pastor. Paty, Ulises, Rodrigo e Irving te mostraron algunas realidades, algunas oraciones, pero la PURI es un credo de muchas interpretaciones, de varias creencias que se vuelven una. El orgullo es inevitable, la comunión necesaria: Man, I feel like a woman reúne las voces de todos y cada uno; la tuya se va alejando.

En nombre de la Purísima, esto se ha terminado, puedes marchar en paz.

 
 
 

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