"VEGANISMO"
- Patricio Patiño
- 18 may 2016
- 5 Min. de lectura
Creo tener algunos argumentos para pensar que el veganismo es sumamente cuestionable, tanto en términos de efectividad como de motivación. A continuación te presento algunos de ellos.

Motivación
Diría Nietzsche sobre los sacerdotes que todos son ascetas y desprecian el cuerpo ingratamente, haciendo alusión a su afán de siempre empequeñecerse y sacrificarse para los demás. Calificaría además estas actitudes de indignas, hipócritas y perjudiciales, pues por medio de la ideología sabotean el desarrollo pleno de los individuos, particularmente el de los más fuertes.
Creo que ello viene a colación por la interpelación que hacen los veganos y otros activistas sobre el valor relativo de nuestras vidas y su manutención a costa de otras. De esta forma pretenden criticar el afán de los seres humanos por dominar a todos los otros seres del planeta y hacerse con el señorío de todos los ‘recursos’; como si la postura de que todo alrededor fuesen meros objetos disponibles para nuestro bienestar fuese una especie de exceso inmoral que nos corrompe.
Por lo que, buscando la pureza y la bondad (lo digan o no), ciertos antiespecistas esperan privarse de una existencia cómoda y regular para reemplazarla por una congruente y vegana, con el supuesto objetivo de no tener nada que ver con la crueldad hacia los animales. En su afán de perfección, algunos hasta afirman sentirse más saludables, sin embargo no son pocos los que pasados unos días son derribados por algún imprevisto alimenticio.
Salvar vidas animales bajo el criterio de que valen lo mismo que las nuestras me parece un argumento trivial. Las ideas rectoras del veganismo se consideran mejor como un punto de partida que como un precepto moral: Si ninguna existencia vale objetivamente más que ninguna otra y todas están igualmente expuestas a su destrucción por causa de otras fuerzas naturales, entonces parece completamente legítimo velar por sí mismo con todas las fuerzas propias, y en la medida de nuestra empatía, por los demás.
Bajo este esquema, es natural que profesemos mayor empatía por quienes nos son más próximos y semejantes. No es de extrañarse que en cierta situación extrema, por puro sentido común, la mayoría prefiramos –espero– preservar la existencia de un ser humano que la de un chivo, un vegetal o una piedra: es una clase de acuerdo tácito al que le reconocemos valor, por la sencilla razón de que nosotros también preferiríamos ser más valorados que un chivo o un perro callejero.
La motivación primordial detrás de ello, anterior a la culpa que probablemente algunos sentirían hoy por los ‘indefensos’ animales, hunde profundamente sus raíces en la noche de los tiempos; quizá desde antes de que comenzáramos a cazar o a agruparnos en pequeñas tribus. Este cuidado selectivo y parcial es lo que nos ha llevado hasta donde estamos.
En este sentido, la lucha por el sometimiento de la naturaleza es también una lucha por nuestra supervivencia y liberación, por nuestro no sometimiento; inscrita y prevista dentro de la propia selección natural. Por lo menos desde el punto de vista evolutivo, nos hemos ganado a pulso nuestro lugar dominante y sus privilegios.
Con esto no quiero decir que no sea necesario repensar nuestros hábitos de consumo y producción alimenticia, altamente perjudiciales e innecesariamente crueles, pero me parece que el acento debe estar puesto precisamente en evitar el sufrimiento y daño innecesario, en lugar de tratar de creer que nuestra compasión y martirio es la vanguardia de la lucha justa. Como si con este cambio automáticamente dejáramos de tener incidencia severa en la estructura básica de la explotación.
Lo que me lleva a tratar nuestro siguiente punto: si admitiéramos que las motivaciones del veganismo no provienen de un afán autocomplaciente para librarnos de nuestra parte de culpa por desenvolvernos en un sistema económico depredador y monstruoso, cabe preguntarse si sus estrategias son realmente efectivas combatiendo lo que critican.

Resultados
Diversos son los números que respaldan que la comida denominada vegana es también un lucrativo mito para mercadeo. Desde números que ilustran que la producción de esta comida está atravesada por dinámicas de trabajo esclavo o, en el mejor de los casos, precariedad laboral; hasta números que hablan de la pasmosa cantidad de contaminantes, incluso sufrimiento animal ligados a su producción.
Por ejemplo, cultivar el arroz y la soya que consume cotidianamente el sector vegano, implican la destrucción de selvas y valles, la caza de fauna nativa, y muchas otras atrocidades iguales o peores que en la industria ganadera. En este punto puede resultar ilustrativo el interesante artículo del exvegano y omnívoro reconverso, Claudio Bertonatti, que adjunto al final de este artículo.
Defensores del veganismo como la organización PETA (Personas por el Trato Ético de los Animales, por sus siglas en inglés), calculan que si toda la población dejase de comer productos de origen animal, esas mismas tierras de cultivo podrían reducirse hasta 1/6 de lo que ocupamos actualmente, pues las otras 5/6 partes de cultivo se destinan a la alimentación de animales para consumo humano.
También argumentan que de este modo sería muy fácil terminar con el hambre en todos los países, brindando dietas saludables, baratas, amables con el ambiente y libres de crueldad para todas las personas, por un costo mucho menor que el que hoy asumimos por comer lo que comemos.
Por mi parte, no puedo dejar de pensar en que esta causa ecológica sería el pretexto perfecto para restringir de una dieta balanceada a las familias promedio; o para posicionar a la carne como un bien de lujo y dejarla en manos de un mercado negro todavía más voraz que el actual. Sin mencionar tampoco el devastador golpe a toda una industria, de la que dependen millones de familias y trabajadores.
Por último, no quisiera cerrar sin reconocer este punto al otro. Por supuesto que lo más razonable es no descuartizar otros seres vivos para que podamos sobrevivir. La lucha por las vidas de otros tiene sentido, pero no mientras sea esencialmente un lavado de consciencia.
Sólo hasta que sea materialmente posible, hasta que podamos satisfacer la necesidad detrás de esta demanda, en lugar de sólo negarla, suprimirla o quejarnos por su existencia, será cuando podremos combatir efectivamente la brutalidad.
En este sentido, me parece más razonable pensar que la lucha de liberación interespecie debe apelar más a la educación que a la confrontación emocional; más al progreso material y a la generación de opciones que a la prohibición, la gentrificación gastronómica o la condena moral: ¿Es posible mejorar nuestras meriendas (hablo de meriendas promedio, pensadas para el consumo masivo, fáciles de hacer y conseguir, seguras, convincentes, baratas y sabrosas) y hacerlas más nutritivas que las actuales, fabricándolas con material sintético o libre de crueldad en su totalidad? Cuando sea así, no tendremos muchas buenas razones para seguir comiendo vacas y perros, por lo que probablemente dejemos de hacerlo (y quizás, sin estar presumiendo).
Artículo del exvegano Claudio Bertonatti:
http://www.noticiasagropecuarias.com/index.php/component/content/article/77-opinion/5403-la-confusion-del-veganismo
Por otro lado, ellos siguen siendo veganos:
http://www.vegangarrison.org/la-confusion-del-veganismo-claudio-bertonatti/