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"UTOPÍA Y LIBERTAD EN EL CINE DE STANLEY KUBRICK"

  • José Eduardo Guerra
  • 9 mar 2016
  • 4 Min. de lectura

En la corta existencia del cine como industria y como arte existen autores y obras que han logrado consolidarse como hitos o referencias dentro de una forma de expresión que tiene poco más de un siglo de desarrollo. La trayectoria de Stanley Kubrick (1928-1999) se pueden encontrar “obras maestras del cine” que han adquirido esta clasificación porque en su momento mostraron nuevas maneras de expresar posturas o críticas hacia los fenómenos del progreso económico y tecnológico de finales del siglo XX. Sus películas nos impactan hasta la actualidad porque los dilemas que plantean implícitamente no son sólo vigentes hasta nuestros días sino que abren cuestiones que han acompañado y seguirán estando presentes a lo largo de toda la historia de la humanidad. En su obra cinematográfica se observa un proceso creativo que, sin intenciones moralizadoras, logra transmitir al espectador los dilemas éticos que aquejaron a la sociedad de su tiempo y que seguramente seguirán cuestionando nuestra forma de actuar por mucho tiempo más; dos de sus películas futuristas nos demuestran la capacidad del ser humano para imaginar un tiempo intangible y abren la posibilidad de reflexionar sobre el sentido que damos a los avances culturales: 2001: Odisea del Espacio y La Naranja Mecánica son ejemplos de cine de ficción que nos confrontan con el porvenir cultural de la civilización y algunos de los conflictos éticos que aún se deben sortear en la actualidad.

Siempre hay algo que explorar y algo que decir.

La mirada crítica de Kubrick explora el futuro para terminar diciéndonos que seguramente éste no será muy distinto del presente: utopía y libertad son dos conceptos que forman parte de su discurso o mensaje implícito, aunados a una visión poco optimista en torno a los “ideales”. El cineasta reconocía que la idea del “progreso”, para el ser humano, tiene su raíz en el básico instinto de supervivencia y sobre todo en la capacidad de imaginar sociedades perfectas, sistemas de valores ideales, tecnologías infalibles o entes incorruptibles. El idealismo del ser humano acompañado del pujante desarrollo de ciencia y tecnología fueron fenómenos que para Kubrick era necesario revisar desde un punto de vista crítico.

2001: Odisea del Espacio. Lo utópico de un sistema infalible.

Esta película es célebre por varias causas: visualmente exploró la técnica del montaje o superposición de tomas mediante “chroma key” o “pantalla verde”, una técnica novedosa para la época y que permitió llegar a un resultado visual sin precedentes dentro de la industria; también los ambientes generados con la escenografía aluden a un futuro que hoy, a casi medio siglo de su estreno, sigue inquietándonos por la forma en que atina a retratar aspectos que ya forman parte de nuestra vida cotidiana:

telecomunicaciones, industrialización y dependencia de la tecnología. Fue novedosa dentro del género de ciencia ficción porque además de adaptar una obra literaria (El centinela de Arthur Charles Clarke. 1948), logró integrar un clásico de la música (el poema sinfónico Así habló Zaratustra de Richard Strauss. 1896) cuyo carácter dramático logra transmitir al espectador emociones sin la necesidad de largos diálogos; todo lo anterior, en conjunto con una novedosa edición de sonido y a una estética futurista característica del “boom tecnológico” de la segunda mitad del siglo XX dotó al filme de cierto éxito comercial y lo condujo a formar parte de las referencias fundamentales para futuras producciones de ciencia ficción. Esta obra plantea que la tecnología por sí sola carece de un “programa” u objetivo ético, sin embargo, es la manera en que se usa o el modo en que se concibe lo que sin duda posee implicaciones morales y éticas. El espectador no debe esperar un argumento lineal ni una moraleja gratuita, mucho menos una respuesta a la pregunta: ¿Podemos crear sistemas (sociales, económicos o tecnológicos) que sean infalibles?

La Naranja Mecánica y aquello que nos hace humanos.

Para esta película también se adaptó una obra de la literatura (la novela homónima de Anthony Burgess publicada en 1962), la trama se desarrolla en un futuro no muy distante, en un ficticio siglo XXI; aquí el tema principal es la mente humana y su afinidad por aquello que es considerado inmoral o en contra del “orden social”. Dependemos tanto de nuestras condiciones sociales e historia de vida que resulta imposible saber qué características de nuestra personalidad son innatas y cuales hemos ido adquiriendo con el tiempo; la frustración y el enojo conducen fácilmente al uso de la violencia a cualquier persona pero la potencial maldad del ser humano ¿es innata o se detona? ¿Es posible condicionar o “programar” la mente de alguien para que actúe de manera “correcta”? ¿Correcta para quién? y ¿con qué objetivo? Si el ser humano es potencialmente malo entonces tiene muy difícil el camino hacia un orden social perfecto e ideal. En esta película podemos observar los elementos del lenguaje o estilo característico de Kubrick ya consolidado: futurista, iconoclasta, con visión pesimista y crítico hacia la idea de “progreso”, el anclaje a una obra literaria, la inserción de un clásico musical en la banda sonora (La Novena Sinfonía de Beethoven es usada en los momentos más dramáticos de la trama), el uso de recursos cinematográficos como el plano a un punto de fuga que dirige la mirada a aquello que el cineasta quiere que se observe, por último, el uso de recursos temporales como el “ralentie” y el “fast forward” para recalcar gestos o acciones imposibles de observar a una velocidad de tiempo normal. Todo lo anterior conforma una obra que vista desde hoy (el futuro real, ya no el ficticio), nos sacará más de una sonrisa por el hecho de dejarnos ver cómo imaginaban la vida en el siglo XXI algunas personas de los sesentas.

La ley de Kubrik: Imposible construir sin destruir.

El cineasta pretende destruir o al menos cambiar la idea convencional que tenemos sobre el “progreso” así como la confianza en cualquier sistema de gobierno o utopía social que pretenda una normalización o negación de las características que siempre nos acompañarán: emociones, intelecto y capacidad de elección. Con sus escenas de violencia extrema o contenido sexual explícito denuncia la alienación por la tecnología o el poder; detrás de su pesimismo evidente hay un idealismo oculto en su discurso: no debemos evadir la responsabilidad de nuestros actos ni como individuos ni como sociedad; la felicidad no es “programable” y para alcanzarla hay que estar abiertos cambiar o al menos replantear nuestra manera de actuar. Cambiar implica casi siempre destruir para construir.

 
 
 

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