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"EL EDIFICIO H, ENTRE EL PATRIMONIO Y LA EDUCACIÓN"

  • Patricio Patiño
  • 19 feb 2016
  • 5 Min. de lectura

En el círculo universitario, sobre todo el más cercano a la “cultura”, ha surgido una interesante inquietud. Un nuevo edificio de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS), el edificio H de ocho pisos, parece interferir con la estética proyectada por los realizadores del Espacio Escultórico. La imagen final de este espacio, que pretendía entre otras cosas eliminar los edificios de su paisaje más próximo, no había sido alterada desde que fue concebido en 1979.

Pero hay que recalcar que no se trata de un caso aislado, otros espacios han visto cuestionados sus privilegios estéticos en el pasado; por ejemplo, el corazón del Centro Cultural Universitario, que en 2007 tuvo que plegar su Sala Nezahualcóyotl a un segundo y poco vistoso plano, por la llegada de la enorme edificación que alberga al MUAC, Museo Universitario de Arte Contemporáneo, inaugurado en 2008.

Al margen de que el beneficio de la expansión de espacios en la Universidad es indiscutible, algunos se preguntan si en ambos casos resultaba estrictamente necesaria una intervención tan agresiva.

Podríamos incluso citar un caso más, la construcción del IISUE, Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación, situado a un costado de la Biblioteca Nacional, “obstruyendo” así sus posibilidades paisajísticas.

Probablemente la respuesta sea negativa en ciertos casos. No es necesario violentar el patrimonio para conciliar la necesidad de espacios más numerosos y de calidad en la UNAM. Pero el caso del edificio H y el Espacio Escultórico es un tanto distinto.

Primero, el Espacio Escultórico está considerado “Monumento Artístico”, lo que jurídicamente le proporciona una situación especial y protección extra de parte de otras instituciones (por ejemplo, del Instituto Nacional de Bellas Artes y del Patronato Universitario). Por si fuera poco, resulta ser uno de los complejos escultóricos al aire libre más reconocidos a nivel mundial, algunos dirían “único en su tipo”. De ahí que, a raíz de la construcción del mencionado edificio, quienes son capaces de apreciar estos detalles hayan salido en su airada defensa por medio de la presión política. Efectiva en cierta medida, pues hasta ahora ha logrado colectar más de 25 mil firmas de apoyo, valiéndose de información sesgada, por decir lo menos.

Por su parte, el edificio H de la FCPyS ha sido construido bajo dos poderosos argumentos: aumentar el espacio disponible para las numerosas actividades de esta Facultad, y disponer en libertad del ya de por sí limitado espacio que les ha sido asignado. En otras palabras, una causa de que la construcción se extienda hacia arriba es que no puede hacerlo hacia los lados, precisamente porque la FCPyS se encuentra rodeada de zonas protegidas (en específico, reservas ecológicas y la mencionada zona designada “Monumento Artístico”). Asimismo, construir hacia abajo implica un abrumador reto técnico y económico, por la dura piedra volcánica que yace bajo toda la Ciudad Universitaria.

El que comparte estas líneas pudo corroborar, por medio de breves entrevistas de sondeo y consulta en grupos en línea integrados por estudiantes de aquella Facultad (por ejemplo, el grupo de Facebook “No me quiero morir en Polakas”), que se trata de una decisión respaldada por la propia comunidad de la FCPyS, y para ello bastan unas pocas muestras. La más elocuente: la construcción de este edifico tardó aproximadamente dos años, y si bien fue alzado de forma irregular y sin las precauciones debidas (por ejemplo, jamás se acordonó la zona contigua de riesgo durante los trabajos), la gran mayoría de los que ahí desarrollan sus actividades está de acuerdo en que lo prioritario es dar cabida a la mayor cantidad de estudiantes posible. Algo que resulta inviable sin la ampliación de los espacios.

Incluso hay grupos de activistas tradicionalmente críticos de la institución que así lo consideran, y por ende se manifiestan en conformidad. De este sector, sólo los más trasnochados y puristas exigen el derrumbe o modificación estructural del edificio (cuyo costo final se calcula en más de 80mdp, sin hasta ahora disponer de cifras oficiales por parte de la Dirección General de Obras y Conservación de la UNAM), pues a su juicio “no se tomó en cuenta a la comunidad para una decisión de esta magnitud”.

De modo que en esta ocasión no se trata, en general, de una pugna más que proviene de sectores “radicales”. Una estructura que estuvo abierta a la crítica por más de setecientos días (y contando), no puede ser rechazada razonablemente a su término por la comunidad que la vio consolidarse. ¿De dónde viene entonces esta pugna? Como dije, de las élites universitarias, de los estetas que ponen por encima de las necesidades de los mexicanos la supuesta preservación de un espacio artístico. De un puñado de egoístas privilegiados.

Una prueba al respecto: el rector se manifestó “abierto” a escuchar las inquietudes relacionadas y para ello abrió un canal de diálogo, cosa rara si se tratase de una inconformidad multitudinaria. ¿Cometemos un exceso con nuestra sospecha?, otra prueba: este canal de diálogo se cristaliza en la reciente creación de un “Comité” para la discusión y solución de este asunto, integrado por afamados arquitectos, artistas y estetas emanados de las élites de la cultura que ejercen al interior de la UNAM, bien como funcionarios o bien como beneficiados del control fáctico de los espacios.

Desde aquí nos lamentamos por la voluntad de dar voz únicamente a quienes tienen privilegios, y de que estos a su vez sólo la alcen para conservarlos. Creemos que en el fondo se trata, para ellos, de una victoria política y oportunista que les permite seguir agenciándose espacios universitarios a discreción. Creemos también que su lucha debilita los esfuerzos de la Universidad por el cumplimiento de su deber primordial: hacer accesibles las luces del conocimiento a los mexicanos. Y en sintonía, también sostenemos que estos esfuerzos implican una actitud dolosa por pretender imponerse sobre las necesidades de la comunidad estudiantil, mostrando su total desconocimiento e interés por la misma.

¿Por qué quejarse hasta ahora que la inversión y los trabajos han concluido? ¿Por qué darse el lujo de exigir el derrumbe parcial a estas alturas? ¿Qué hicieron con su preocupación estética durante estos dos años?

Por último, creemos que esta coyuntura constituye una oportunidad inmejorable para abrir el debate sobre el asunto que reposa al fondo, por demás escabroso y que por ello casi nunca se aborda; y del que además, casi nunca podemos apreciar sus contradicciones con tanta claridad como ahora: la institución del “patrimonio” y las funciones de la Universidad.

¿Tiene la UNAM obligación de preservar intactas sus estructuras, en función de los intereses de otras instituciones?, ¿es necesario plegar las necesidades universitarias por el estatus de museo que se le imponen a algunos de sus inmuebles?, ¿la función primordial de la UNAM es servir a los mexicanos o ser un bastión de la alta cultura?, ¿en qué medida resulta regresivo considerar la petrificación de los espacios por ser “patrimonio”?; en suma, ¿qué es más importante, el patrimonio o la educación? Esta última pregunta puede considerarse maniquea, pero debemos mencionar un hecho contundente: buena parte del campus central funciona mal, en sobrepoblación y de forma excluyente por la imposibilidad de expandirlo, porque es Patrimonio de la Humanidad.

 
 
 

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