"DOCE MESES DESPUÉS"
- Por Patricio Patiño
- 9 oct 2015
- 3 Min. de lectura
@AElpato
A un año de distancia de la masacre ocurrida en Ayotzinapa, Guerrero, se percibe una sociedad lastimada y temerosa, cuando no furiosa. En todo México, y en otros países, hubo y siguen habiendo sentidos lamentos por la arbitrariedad de la tortura que nos asola. Este suceso demostraba como pocos que el siguiente desaparecido o asesinado podría ser cualquiera: nadie estaba a salvo. Por si fuera poco, los aparatos nacionales de justicia se condujeron de forma tan opaca e inoperante durante todo este tiempo que hoy son objeto de burlas y sospechas en todo el planeta. Todo ello se engarza en el marco de las más diversas crisis, cuyas causas fundamentales son, en buena parte, el clima generalizado de violencia y corrupción en muchos ámbitos de la vida pública.
Pese a ese año de distancia, esas y otras preocupaciones siguen vigentes para muchos sectores de la sociedad mexicana, y para muestra ofrecemos un pequeño botón. En la marcha conmemorativa realizada el pasado 26 de septiembre en la Ciudad de México se vio desfilar a una gran cantidad de personas y colectivos. Estudiantes, obreros, sindicalizados, maestros; organizaciones barriales, vecinales, políticas, religiosas, campesinas, indígenas, juveniles y de muchos otros tipos, además de ciudadanos independientes, consideraron importante dedicar unas horas de su fin de semana para hacer público su repudio al Estado (o al menos a una parte de él). Aunque sólo en la capital se calculaban decenas de miles de asistentes, esto se replicó en varias ciudades del país.
Además de la aparición con vida de los cuarenta y tres normalistas, presuntas víctimas de desaparición forzada, el motivo ulterior de las movilizaciones sigue siendo claro: varios de los funcionarios mexicanos actuales (algunos muy altos) son percibidos como parte de instituciones poco confiables y que actúan en detrimento de los ciudadanos. La sociedad mexicana quiere dejar de tener miedo y desconfianza de las autoridades, pero no puede, porque las mismas autoridades constantemente se muestran ambiguas, por decir lo menos.
Las reacciones son varias, desde la resistencia a la resignación; aunque el elemento más notable de estas coyunturas políticas sigue siendo el mediático. Dicho de otro modo, las fuerzas de seguridad e inteligencia estatales ya no pueden ocultar tan fácilmente la información y los hechos, ahora hay muchos ojos puestos en lo que sucede y prestos a difundirlo. Ello causa reacciones y por fortuna una de ellas es la organización social y la construcción de comunidad, cuyos objetivos principales son defenderse de aquella violencia arbitraria y sistemática; defensa en la que creo que la sociedad mexicana ha progresado.

Valga decir que es esta alianza solidaria social, primero local y después con otras latitudes, la que ha permitido visibilizar los graves problemas que acarrea para la ciudadanía tener que lidiar con instituciones corruptas, entre ellos el problema de derechos humanos que ya cuenta con atención adecuada por parte de diversas instancias internacionales, y cuya canalización no se explica sin esa vigorosa sociedad civil que sigue avanzando y tejiendo redes a contracorriente.
Así mismo se explica que el Estado haya permitido al GIEI realizar investigaciones propias en un caso que tenía claras intenciones de cerrar con prontitud. Investigaciones que hoy sabemos, han terminado por dejar seriamente en entredicho las “verdades históricas” de Jesús Murillo, al atacar metódicamente sus pilares fundamentales. Estas investigaciones y sus resultados en la arena pública son como una bocanada de aire fresco para quienes luchan por una sociedad mejor pero están acostumbrados a verlo todo podrido (que no disfuncional), amañado mediáticamente y al servicio de los cínicos.
Este sigue siendo el punto de inflexión. Puede que el comportamiento del gobierno y de la política mexicana no cambie (o más bien que haya sido restaurado sin pudor), pero ahora es irreductible a la versión oficial. No obstante que las autoridades se dieron cuenta de que sus intentos por silenciar lo sucedido sólo avivarían el conflicto; cada que les es posible obstruyen los caminos que podrían llevar a la verdad.
Pero las reacciones sociales se irán acumulando. Para muestra, otro pequeño botón. Las marchas de este dos de octubre han mostrado una clara tendencia hacia la radicalización. La aparición de enfrentamientos más consistentes y de jornadas violentas más largas y numerosas es síntoma de los alarmantes niveles de hartazgo social, que a su vez no encuentran un modo eficaz de canalizarse o hacerse valer. Veremos si las bases de México pueden seguir aguantando carga, si se les otorgan algunas concesiones (con miras también al 2018), o si antes no ocurre alguna (otra) tragedia.