"UNA ESPERANZA PARA EL CONGO"
- Patricio Patiño
- 20 abr 2015
- 3 Min. de lectura
Armando García López
@AglRRII
Una de las mayores riquezas de la República Democrática del Congo son los minerales, y estos son una de las principales miserias de este territorio. Minerales como oro y coltán que son explotados desde las minas sin maquinaria ni tecnología de punta capaz de apoyar al trabajar; estos son explotados casi de manera artesanal y su salida del Congo sucede sin dejar mayor beneficios a la población.
El saqueo de recursos naturales continua como en épocas coloniales, pero bajo otros nombres y con otras tácticas. Es sabido que estos procesos de saqueos son ocasionados por grupos armados, y en muchas ocasiones, auspiciados por Estados vecinos, como Ruanda.
Es un hecho que las dos guerras más representativas en la historia reciente del Congo no han sido guerras de liberación, han sido guerras por los recursos minerales, guerras que han visto a sus principales víctimas a la sociedad civil; aldeanos que esperan que la paz regrese en algún momento y volver a su vida de antes, aunque esto parece una mera utopía para el Congo.
Desde los años 60, la guerra en el Congo mutila a la población, sus recursos y a su economía. Un Estado que dentro de su territorio corre un rio (el río Congo) el cual, con su cauce y caudal, representa un potencial eléctrico que podría alimentar a toda África Central, pero la falta de inversión y de interés impide que un desarrollo llegue a la región.
La situación de guerra por los minerales ha atormentado desde décadas; coltán y oro no ha supuesto una derrama económica y 5 millones de personas, aproximadamente, han muerto por estas guerras por los minerales.
El pueblo de Kalhe está sumergido en la miseria, a pesar de contar con una de las minas más grandes de casiterita (utilizado en aparatos electrónicos, de propiedades similares a las del coltán y el cobre). La explotación de la casiterita está regulada por empresas externas, mientras que el gobierno padece de una inoperancia total para el control de la misma actividad.

La mayoría de la gente dejó el campo, pues el sector rural ha sido víctima de las guerras, por lo que, al igual que la educación, fue relegado al olvido y dejando al sector extractivo como receptor del 70% de la fuerza laboral congoleña. Dicho sector está auspiciado por señores de la guerra, militares del Congo, de Ruanda y de Burundi.
Los grupos armados, de igual manera, controlan sectores agrícolas y campos de cultivos; control que se ejecuta a base de violencia y amenazas, incluso la violación de las mujeres. En ese sentido, notamos que parece no haber salida para una población que se ha visto aislada de toda cooperación internacional para una solución al conflicto.
Son interesantes los datos que arroja la Organización de las Naciones Unidas, datos en los cuales se estima que el Congo produce más de 3000 kilos de oro, pero en oficinas de gobierno del Congo sólo se registran cerca de 100. La ONU ha condenado los ataques militares, violaciones de Derechos Humanos, la captura de niños para convertirlos en niños soldado y de igual manera, ha creado la MONUC, la Misión de Paz de Naciones Unidas en el Congo, pero esta misión no muestra avances en el conflicto del control y explotación de minerales.
La MONUC ha sido denunciada por ser sólo observadora en estos hechos deleznables, incluso, la posibilidad de una participación en estas actividades delictivas es latente.
Cuando se habla de la explotación mineral en el Congo se da por hecho mucho, y aún más, de lo que se ha escrito, pero aun así se puede hablar de esperanza, pues todo el mineral que se produce de igual manera puede producir esperanza; todos éstos recursos minerales puede generar un desarrollo, pueden generar un verdadero crecimiento y generar una verdadera vida digna, no sólo a los congoleños; esto sucederá cuando la psique colectiva humana entienda que la riqueza material es pasajera y que la vida humana es lo más preciado que existe.