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"EL GRAN DESAFÍO DE EINSTEIN"

  • Patricio Patiño
  • 23 feb 2015
  • 5 Min. de lectura

Juan Jesús Castillo

@JuanCienciaRM


Einstein fue y será, por muchos años, un extraordinario transformador del pensamiento científico. No por nada se suele escuchar el chiste: “¿Cuál fue la mujer con el mejor físico?: ¡la esposa de Einstein!”. Pero definir (y por tanto, limitar) al genial Einstein como un físico notable, resulta como describir la sensación del hambre con lenguaje de señas, o la belleza del Sótano de las Golondrinas con los ladridos de un perro. Y es que Albert Einstein no fue meramente un devoto de la investigación científica, sino un impasible humanista, explorador y filósofo. De hecho, para inicios del siglo XX, Einstein conocía a la física con el nombre de “filosofía natural”, como fue tradición desde los tiempos de Galvani, Faraday, Lord Kelvin, etc.


Tal como lo podríamos intuir, la filosofía podría ser un estilo de ciencia especializada en la elaboración de preguntas a responder. Enumerando algunas de ellas, en el tenor de la física: “¿De dónde venimos?; ¿Cómo está distribuida la materia en el universo?; ¿Qué es la luz?; ¿Qué forma tiene el universo?; ¿A qué se le puede llamar “realidad” y a que se le puede denominar “imaginario”?, entre otras.


Al parecer, Einstein se planteó preguntas de este tipo. Y desde que empezó a trabajar en la oficina de patentes de Berna, Suiza, comenzó a elaborar investigaciones para responderlas. Para 1905, escribió cuatro geniales artículos de investigación, tres de ellos fueron grandemente reconocidos por su aportación al pensamiento de la filosofía natural: el primero fue publicado el 9 de junio y hablaba sobre el revolucionario efecto fotoeléctrico de la física cuántica (este fue, oficialmente, el motivo de su premio Nobel de Física en 1921); el segundo apareció el 18 de julio, en donde discutió el movimiento browniano de los fluidos (líquidos y gases); éste fue un enorme salto en el área de la llamada Física Estadística; y el tercero de ellos fue publicado el 26 de septiembre, el cual consistió en la argumentación más importante para la teoría especial de la gravedad.


Cuando Einstein no se encontraba investigando o escribiendo, recurría a dar paseos al lago más cercano de su oficina, en su bote velero y también practicaba música, con su violín. Se dice que Einstein declaró abiertamente que, de no haber sido físico, habría sido músico, pues su mente constantemente le sugería ideas a través de la música (según esta misma declaración).


También era aficionado de la fotografía y el cine, al grado que no pudo perder la oportunidad de ir al estreno de “Luces de la Ciudad” y conversar con el director de la misma, Charles Spencer Chaplin, al término de la función.


La actividad productiva del genio tuvo como resultado la publicación de casi 300 artículos científicos y otros 150 no-científicos, aproximadamente, abarcando temas de filosofía, política y pasajes autobiográficos. A los 78 años de edad, abandonó la Tierra adolorido por la presión destructiva de la bomba atómica y sin resolver su gran desafío, o como lo llamara Alan Lightman, “El sueño de Einstein” (Einstein’s Dream).


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Einstein, como muchos otros antes y después de él, imaginó el desarrollo de una descripción que unificara las interacciones naturales. El primero al que se le reconoce esta idea fue Newton (quien fue aún más parecido a un filósofo, al punto de que, en la actualidad, más filósofos leen sus textos originales que físicos), pues escribió que lo que vemos, y podemos conocer en este mundo, tiene una única causa, relacionada con un Dios todopoderoso. Pero ningún otro pretendió hacer intento formal para demostrarlo, hasta el siglo XX.


El argumento teológico, visto empobrecido para demostrar esta idea newtoniana, fue cambiado por uno geométrico, el espacio-tiempo que se puede encerrar en un cilindro de cinco dimensiones: una temporal, otras tres espaciales (hasta aquí tenemos el trabajo de Einstein) y otra de campo unificado. Este campo unificado, sería la dimensión donde no habría distinción entre electricidad o gravedad. Pues, de lo que la gente se dio cuenta gracias a este genio alemán fue que el campo eléctrico no tenía nada que ver con el gravitacional. De alguna manera, el mundo microscópico es gobernado por el primero, mientras el macroscópico, por el segundo.


Nuestro admirado genio, creador de la teoría general de la relatividad, usó argumentos matemáticos para construir su teoría de unificación. La idea consistía en describir un tensor simétrico (un “tensor”, es un objeto matemático que resume en un conjunto de reglas indizadas, valores numéricos dinámicos, cuando tiene simetría y posee propiedades de transformación importantes que, físicamente, nos dicen que son invariantes ante cambios en la geometría o el marco de referencia de observación) en sus dos componentes, la primera gravitacional y la otra electromagnética.


El problema de la atrevida idea es que aún existen dos interacciones al nivel atómico nuclear y subnuclear que impiden la simple conjunción de los campos electromagnéticos y gravitacionales: las llamadas “fuerza fuerte” y “fuerza débil” nuclear.


En tiempos de Einstein (hablamos de la década de los 50, en la recta final de su carrera), no se habían descrito completamente estos campos. Y, claramente, no se había aceptado totalmente a la teoría cuántica. Y así, de hecho, el desentendimiento entre Einstein y Niels Bohr (El primero le dijo ”Dios no juega a los dados”, y el segundo le respondió “No le digas a Dios que hacer”, esto, porque Einstein negaba la incertidumbre que postuló Werner Heissenberg, al no poder predecir todas las medidas de una partícula en movimiento); era el desistimiento entre la teoría relativista y la mecánica cuántica.


Pasando por la geometría y el álgebra tensorial de Riemann, hasta la teoría de supercuerdas, generaciones de científicos han aceptado el desafío, transitando por penas y glorias, en ciertos grados parecidos a los de Einstein.


Hawking llamó a la teoría de unificación, la Teoría del Todo. En una alternativa experimental, la sonda espacial Planck, reportó en 2008 la detección de ondas únicas en su tipo: Ondas de Gravedad, coordinándose al laboratorio Ártico BICEPS, pero hasta la fecha no se ha podido verificar la certera naturaleza gravitacional de esas ondas. La idea de postular una radiación gravitacional, se basa en comprender el fenómeno del Big Bang, pues si la gravedad surge por una radiación, entonces la inflación cósmica (que empezó desde este “estallido”), será consecuencia de ésta.


Entonces habría campos cuánticos de gravedad que generan estas ondas, y si las hay, entonces hay partículas (asociadas por formalismo de la física cuántica) de gravedad: hay “gravitones”.


Y el problema, el desafío, el sueño de Einstein sería trascendido. A más de medio siglo, estamos en la carrera por describir a totalidad, a la madre Naturaleza.

 
 
 

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