"LA TROIKA ¿DESAPARECE?"
- Patricio Patiño
- 4 feb 2015
- 4 Min. de lectura
Iván Guerrero Córdova
@nabokovivan

La crisis de deuda soberana, sembrada durante 2009 en Europa, parece haber puesto de manifiesto que, el grupo de los 28, debe replantear muchas cuestiones antes de seguir adelante con la moneda única y con la zona de libre comercio.
En el último lustro, los miembros de la Unión Europea han transitado de la histeria al pánico, pasando por una gran incertidumbre y un cuestionamiento ineludible: ¿Se puede seguir avanzando en dirección correcta y con los valores fundacionales de la U.E, sin dejar de lado los compromisos de crecimiento y prosperidad?
La sensatez y las buenas decisiones han escaseado en estos lardos cinco años, en todos los niveles de gobierno y en todas las instituciones comunitarias, sin embargo, esta falta de determinación y de claridad tiene que darse por terminada ya. Los últimos comicios griegos han puesto, una vez más, en alerta y angustia, a los líderes europeos.
La cuestión más básica y que se debe responder lo antes posible es: ¿se pueden conciliar los países acreedores y los deudores? Para hacer esto y salir, de una buena vez, del callejón sin salida a donde ha entrado, Europa se tienen que dejar atrás las políticas turbias y el diktat alemán, de lo contrario, podemos decirle adiós al proyecto europeo. Existen muchos mitos sobre el caso de deuda en Grecia. Mucha gente parece creer que los préstamos que Atenas ha recibido desde que estalló la crisis han servido para financiar el gasto griego.
La realidad es, que la inmensa mayoría del dinero prestado a Grecia se ha utilizado simplemente para pagar los intereses y el principal de la deuda; es decir, para devolver con creces el dinero inicialmente concedido por los bancos alemanes (principalmente). De hecho, a lo largo de los dos últimos años, una cantidad superior al total enviado a Grecia se ha reciclado de esta manera: el Gobierno griego obtiene más ingresos que lo que gasta en cosas que no son intereses y entrega los fondos adicionales a sus acreedores.

Hablando más claramente, se podría decir que la política europea supone un rescate económico no para Grecia, sino para los bancos de los países acreedores, y que el Gobierno griego simplemente actúa como intermediario (mientras que a los ciudadanos griegos, que han visto caer en picada su nivel de vida, se les exige que hagan aún más sacrificios para que ellos también puedan aportar fondos a ese rescate).
La gestión de deuda, no solamente de Grecia, sino de otros países en morosidad como Italia, España, Irlanda, Portugal, la misma Francia, ha sido pésimamente gestionada durante este tiempo. La Troika europea –Banco Central Europeo, FMI y Comisión Europea- han hecho mal en elegir los instrumentos para contrarrestar la crisis. En vez de contribuir a un mejor desarrollo económico, pareciera que estas instituciones están para defender los intereses de los banqueros más poderosos y a los socios tenedores de deuda.
¿Pero tiene el pueblo griego la obligación de pagar las deudas que su propio Gobierno decidió contraer? Es cierto que Grecia (o, para ser más exacto, el Gobierno de centroderecha que gobernó el país entre 2004 y 2009) tomó prestadas de manera voluntaria unas sumas enormes de dinero. Sin embargo, también es verdad que los bancos de Alemania y del resto del mundo le prestaron a Grecia todo ese dinero de manera voluntaria, los analistas financieros bien sabían de los riesgos que se corrían. En condiciones normales, sería de esperar que las dos partes responsables de ese error pagasen por él.
Hablando claros y siendo objetivos: nadie cree que Grecia pueda pagar la deuda que tiene, tampoco se espera mucho de otros países. Por qué no ser más ecuánimes, por qué las instituciones de la Troika no renegocian niveles aceptables de endeudamiento para los países deudores. Pero hay que pensar en la forma en que eso podría influir en la negociación de la deuda. ¿De verdad está Alemania dispuesta a decirle a otra democracia europea comunitaria: “Paga, o destruiremos tu sistema bancario”? Verdaderamente podría Alemania poner en jaque el sistema democrático y la estructura de la Unión Europea. Ya lo ha hecho. Lo han hecho Alemania, el bloque de países acreedores y la Troika. El fantasma de los ultranacionalismos vuelve sobre el viejo continente. El triunfo de Syriza en el país helénico no es mera coincidencia. Cada vez más movimientos separatistas y antieuropa han cobrado fuerza, desde Francia hasta Reino Unido, muchos partidos se han pronunciado en contra de la Unión.

Las malas políticas y haberle dado el medicamento equivocado a la economía europea tiene sus graves consecuencias. Aunque nadie lo sepa, el hecho es que Grecia ha avanzado mucho en la recuperación de su competitividad; los sueldos y los costes han caído en picada; de modo que, en estos momentos, la austeridad es el principal lastre que tiene la economía.
Así que lo que hace falta es sencillo: dejar que Grecia tenga unos superávits más pequeños, pero aun así positivos, lo cual mitigaría el sufrimiento griego y permitiría al nuevo Gobierno proclamar su éxito, estas medidas aplican también para otros países que tienen gran mérito como España o Portugal. Entre tanto, el coste para los contribuyentes de los países acreedores —que nunca van a recuperar el importe total de la deuda— sería mínimo.
Sin embargo, para poder hacer lo correcto sería necesario que otros europeos, los alemanes en concreto, se olvidasen de los mitos egoístas y dejasen de sustituir el análisis por la moralización, que recordaran que no son sólo malos números, sino personas reales con oportunidades nulas, sueños truncados y expectativas desoladoras para el futuro. Ojalá cuando la Troika se dé cuenta del lastre que ha sido para la economía comunitaria no sea demasiado tarde.