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"EL PROBLEMA DEL FALSO CAPITALISMO EN MÉXICO"

  • Patricio Patiño
  • 13 ene 2015
  • 3 Min. de lectura

LOURDES TERCERO

@lulatercero

No se trata solo de afirmar que en México no hay un capitalismo sano o idealmente deseable, pues los motores de producción y comercio de un país no son prueba automática de que hay un sistema funcionando a plenitud. Los análisis modernos de las ciencias sociales nos permiten ver otras clasificaciones de sistemas políticos y económicos a partir de la aparición de nuevos comportamientos sociales. Por ejemplo, el concepto “crony capitalism” que acuñó el economista estadunidense Joseph Stiglitz, connota muy bien el escenario en el que se encuentra el país.


El modelo económico mexicano, a partir de la firma del Tratado de Libre Comercio, tomado solo como referencia histórica, es de libre comercio basado en exportaciones, cosa que en realidad no es así. En este sentido, ese capitalismo (que en la visión pura de la llamada economía clásica es inexistente, y una blasfemia o atentado a sus principios) perdería su calidad de sistema económico para convertirse en el colchón perfecto de los poderes fácticos, elementos que han acompañado el devenir de México desde su conformación.

Trasladándonos a otro aspecto esencial, el economista francés Thomas Piketty (quien ha dado la vuelta al mundo con su obra El Capital en el Siglo XX), en su visita por América señaló que el tema del combate a la corrupción es el mejor tónico estructural para el avance de América Latina. Antes que eso, en dicha obra ha sentado las bases para repensar el capitalismo. De entrada lo dice; no resuelve las preguntas que ahí se plantea, pero sienta las bases para la reconsideración de las acciones que han acelerado la desigualdad.


Corrupción


En las conferencias que Piketty dio en México puso énfasis en una mayor transparencia de los gobiernos. Curioso señalamiento, la corrupción es el lastre común para muchos países de esta geografía. La situación de México es acuciante. Según datos de Transparencia Internacional, hasta el año 2013 el posicionamiento de nuestro país era el 103 de 175 países.


El combate a la corrupción es el argumento perfecto de la demagogia actual. Sirve para engrosar los discursos de muchos políticos y el presidente Enrique Peña Nieto no ha sido la excepción ya que en agosto del año pasado, en un discurso muy polémico, aseguró que este padecimiento se trata de un “problema cultural”. Es evidente que el gran rezago de la ciudadanía mexicana en todo su esplendor delata a la corrupción.


Pero la corrupción no es el tema central de estos párrafos, sino el hecho de que no haya un capitalismo a conciencia, un capitalismo que realmente cumpla con las expectativas que se plantean en el ideal de un modelo basado en las exportaciones. Aquí desde luego queda de manifiesto que el ejercicio de la transparencia sea la plena garantía de ello.

Para dar cuenta de que no existe ese capitalismo ideal que necesita México está la existencia de los monopolios. El crony capitalism que identifica Stiglitz cobra fuerza con los actos de cabildeo de algunas empresas para obstruir la competencia, el oxígeno que el país necesita en la economía. Estos actos desleales se hacen pasar como legítimos en los argumentos –o falacias- de quienes se rehúsan a reconocer que la magnificencia de tales empresas no es se debe, por supuesto, a la competencia.


Excesiva burocracia


¿Qué decir de la excesiva burocracia? Entre otros elementos que contribuyen a la obstrucción del ideal deseado a partir de las exportaciones como prioridad, está el gran aparato estatal, otro lastre. Como diría Milton Friedman, enemigo del Estado “Nada es gratis”, quizás no el más marcado pero si uno de los más conocidos; el gobierno cobra factura por todos los servicios que a él le ha encomendado y legitimado hasta ahora la ciudadanía.


La excesiva burocracia es el caldo de cultivo de la corrupción; ambos se entrelazan para coartar el pleno funcionamiento de factores vitales como la exportación, que lleva de la mano a la generación de empleos. Y precisamente este es otro de los elementos que engrosan una vez más los discursos de los políticos, la creación de empleos, y ya de paso, el aumento al salario mínimo, eventos que la economía ya ha padecido, sobre todo en los tres últimos sexenios del siglo pasado, y que permitirían la indeseable inflación y la subsecuente devaluación.

 
 
 

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